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jueves, 26 de noviembre de 2020
Cómo superar las crisis de la vida
¿Cómo conservar la fe cuando nos enfrentamos a los dramas de la vida? Más allá de la indignación y la súplica, contemplar a Jesús crucificado encomendándose a su Padre puede aportar paz, devolver a lo trágico su sentido espiritual y la gracia de la esperanza
Duelo, aborto espontáneo, ruptura, paro, soledad, enfermedad grave,… Los trances de la vida son indisociables de la existencia humana.
Sin embargo, cada vez, su llegada resuena como una especie de traición de la vida, un desgarro súbito en nuestra apacible burbuja.
Da la impresión de ver desplomarse aquello que habíamos edificado y tambalearse la imagen que teníamos de nosotros mismos.
A eso se añade, en el caso del creyente, la prueba de la fe: “Puede tenerse el sentimiento de que Dios está ausente y que no nos apoya”, señala Nathalie Sarthou-Lajus en Cinq Éloges de l’épreuve, cinq regards croisés sur ces maux qui creusent en nous la relève de la grâce [“Cinco elogios del sufrimiento, cinco miradas cruzadas sobre esos males que ahondan en nosotros el alivio de la gracia”].
Superar un trance es, primero, gritar, llorar, indignarse
“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. El grito de Jesús resuena en toda tragedia humana.
“Pensaba que tenía una complicidad, una proximidad con Dios y, de golpe, el silencio, el abandono”, responde Olivier Belleil, miembro de la comunidad de El Verbo de Vida, escritor y predicador.
“Tras la muerte de mi marido”, confiesa Isabelle Rochette de Lempdes, “me resultaba imposible continuar viviendo sin él, imposible e incluso inconcebible. Y sin embargo…”.
Una vez en la tierra, ¿qué hacemos si no sufrir? Querer recuperarse de repente es ilusorio: levantarse es un camino largo.
“El primer gesto es reconocerse vencido”, valora el filósofo Martin Steffens. “Superar un trance es, primero, gritar, llorar, indignarse. Y no recuperarse al momento”.
Los salmos están repletos de esos gritos y esas lágrimas. Empezando por el De profundis:
A ti, Señor, elevo mi clamor desde las profundidades del abismo…
“La Biblia permite al hombre vivir esta indignación”, señala Olivier Belleil. “No se trata de blasfemar, sino de decir que es intolerable”. Job llegó incluso a preguntar a Dios: “¿Por qué eres Tú mi adversario?”.
Denunciar el sufrimiento que nos golpea, nombrarlo, ver en él su carácter insoportable, es una prueba de realismo.
“Debemos resurgir del sufrimiento, pero, para superarlo, hay que empezar por vivirlo”, afirma Martin Steffens. “Negando lo real no esquivamos su golpe”.
Dejemos, por tanto, de querer ponerlo todo en positivo, como nos machaca la sociedad tan a menudo: perder a un ser querido, ver a un hijo enfermo o discapacitado, presenciar la quiebra de nuestra empresa, ¡eso nos genera dolor y no podemos consentirlo de entrada!
Consentir no es resignarse
Sin embargo, si prolongamos esta etapa, corremos el riesgo de caer en una actitud mortífera, como si nos sentáramos al borde del camino para no avanzar más cuando el trayecto está lejos de terminar.
Recuperar el gusto por la vida pasa por la aceptación de su legado.
“Para no amargarme, para conocer la verdadera paz”, recuerda Agnès, “al comienzo de mi cáncer, tenía que recurrir a toda mi energía para decir sí a esta enfermedad que me corroía, tenía que aceptarlo”.
Consentimiento no significa en ningún caso resignación mórbida o indolencia: “El desafío está en abrirse a toda la vida”, analiza Martin Steffens, “en aprender a improvisar a partir de las disonancias, y no a pesar de ellas, la melodía de nuestra felicidad”.
Aceptar la discapacidad de un hijo, aceptar vivir con una espina en la carne, puede tardar toda una vida, con sus altibajos. El camino no es recto. Exige un cambio interior.
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