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lunes, 16 de noviembre de 2020

Evangelio del día

 

ChristianArt 
 
Lucas 18, 35-43 Recobra la vista
 
 

Cristo revelado, esculpido por Felice Tagliaferri (nacido en 1971), esculpido en 2011, mármol blanco de Carara
© Felice Tagliaferri / Museo Archeologico di Napoli

En aquel tiempo, cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado a un lado del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello, y le explicaron que era Jesús el nazareno, que iba de camino. Entonces él comenzó a gritar: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!” Los que iban adelante lo regañaban para que se callara, pero él se puso a gritar más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”

Entonces Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?” Él le contestó: “Señor, que vea”. Jesús le dijo: “Recobra la vista; tu fe te ha curado”.

Enseguida el ciego recobró la vista y lo siguió, bendiciendo a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.

Comentario

Bulle

San Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975)
presbítero, fundador
Homilía en «Amigos de Dios»


«Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte»

Al oír el gran ruido de la gente, el ciego preguntó: «¿Qué es lo que pasa?» Le contestaron: «Es que pasa Jesús de Nazaret». Inmediatamente su alma se llenó de una fe tan viva en Cristo que su puso a gritar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». ¿Tú, que estás sentado al borde del camino de la vida, tan corta como es, no deseas también tú gritar? A ti que te falta luz, que tienes necesidad de nuevas gracias para decidirte ir en busca de la santidad, ¿no sientes en tu corazón una necesidad irresistible de gritar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!»? ¡Una bella, corta y fervorosa oración para repetir a menudo!
Os aconsejo meditar lentamente los instantes que preceden a este milagro a fin de gravar en vuestro espíritu esta idea tan clara: ¡qué diferencia entre el Corazón misericordioso de Jesús y nuestros pobres corazones! Este pensamiento os ayudará siempre, y más particularmente en la hora de la prueba, de la tentación, en la hora en que es preciso responder generosamente a las humildes exigencias de la vida cotidiana, en la hora del heroísmo. Porque «los que iban delante regañaban a este ciego para que se callara». También tú, cuando has sentido que Jesús pasaba cerca de ti, tu corazón ha latido más fuerte y te has puesto a gritar, preso de una agitación profunda. Pero entonces, tus amigos, tus costumbres, tu confort, tu ambiente te han aconsejado que te callaras, que no gritaras, diciéndote: «¿Por qué llamas a Jesús? ¡No le molestes!»
Pero este desdichado ciego no les escucha. Grita todavía con más fuerza: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». El Señor, que lo había escuchado desde el comienzo, le deja que persevere en su oración. Eso sirve igualmente para ti. Jesús percibe instantáneamente la llamada de nuestra alma, pero espera. Quiere que estemos del todo convencidos de la absoluta necesidad que tenemos de él. Quiere que le supliquemos, obstinadamente, como este ciego del borde del camino. Como dice san Juan Crisóstomo: «Imitémosle. Incluso si Dios no nos concede al instante lo que le pedimos, incluso aunque la multitud intente alejarnos de nuestra oración, no dejemos de implorarle». (EDD)





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