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| Lucas 19, 41-44 | | Jesús llora por Jerusalén |
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| | Jesús Lloró, Pintado por James Tissot (1836-1902), Gouache y acuarela sobre papel, Pintado en 1894 © Museo de Brooklyn, Nueva York | En aquel tiempo, cuando Jesús estuvo cerca de Jerusalén y contempló la ciudad, lloró por ella y exclamó: “¡Si en este día comprendieras tú lo que puede conducirte a la paz! Pero eso está oculto a tus ojos. Ya vendrán días en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán y te atacarán por todas partes y te arrasarán. Matarán a todos tus habitantes y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no aprovechaste la oportunidad que Dios te daba”. |
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Comentario
“Al ver la ciudad, lloró por ella.”
Dos amores construyeron dos ciudades: el amor propio hasta el desprecio a Dios hizo la ciudad terrena; el amor de Dios hasta el desprecio de si mismo, la ciudad del cielo. La una se glorifica a sí misma, la otra se glorifica en el Señor. Una busca la gloria que viene de los hombres (Jn 5,44), la otra tiene su gloria en Dios, testigo de su conciencia. Una, hinchada de vana gloria, levanta la cabeza, la otra dice a su Dios: “Tú eres mi gloria, me haces salir vencedor...” (cf Sal 3,4) En una, los príncipes son dominados por la pasión de dominar sobre los hombres y sobre las naciones conquistadas, en la otra todos son servidores del prójimo en la caridad, los jefes velando por el bien de sus subordinados y éstos obedeciéndoles. La primera, en la persona de los poderosos, se admira de su propia fuerza, la otra dice a su Dios: “Te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.” (Sal 17,2) |
En la primera, los sabios llevan una vida mundana, no buscando más que las satisfacciones del cuerpo o del espíritu o las dos a la vez: “...habiendo conocido a Dios, no lo han glorificado, ni le han dado gracias, sino que han puesto sus pensamientos en cosas sin valor y se ha oscurecido su insensato corazón...han cambiado la verdad de Dios por la mentira.” (cf Rm 1,21-25) En la ciudad de Dios, en cambio, toda la sabiduría del hombre se encuentra en la piedad que da culto al verdadero Dios, un culto legítimo y que espera como recompensa, en la comunión de los santos, no solamente de los hombres sino también de los ángeles, “que Dios sea todo en todos.” (1Cor 15,28) EDD |
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