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martes, 3 de noviembre de 2020

Sin velatorio ni funeral, el coronavirus no deja despedirnos

 FUNERAL


La pandemia producida por el coronavirus ha provocado una situación tremendamente dolorosa: los familiares y amigos no pueden despedirse de sus fallecidos. ¿Qué hacer si esto nos ocurre? ¿Y cómo podemos ayudar a quienes lo sufren?

La crisis del coronavirus nos ha colocado en un nuevo escenario. Una de las situaciones que nadie podía haber previsto es la de perder a seres queridos de forma tan inesperada. Y a ese dolor se añade el de no poder despedirles: por razones de salud, en los hospitales no está permitido el contacto con los enfermos (ni siquiera moribundos) para no exponerse al contagio.

En el caso de fallecimiento, estos días tampoco se autoriza la celebración de funerales con la asistencia de familiares. Se procede a la incineración del cadáver y a los enterramientos no debe acudir la familia ni los amigos porque no se pueden celebrar reuniones de ningún tipo. Esto está produciendo un inmenso dolor en miles de personas.

Un doble dolor

Muchos son los que han perdido a seres queridos en estos momentos y, al dolor por el fallecimiento, se añade ahora el de no haberse podido despedir: no haber podido hablar con él en los últimos momentos, no estar junto a los familiares en el velatorio ni en el entierro, no poder darse un abrazo entre hermanos…

¿Qué hacer si nos encontramos en esta situación? ¿Cómo podemos ayudar a quienes pasan por este momento tan duro?

Woman, Bed, Night, Sleep,

Maita Torelló es experta en acompañamiento en el duelo. «Si ocurre que alguien de nuestro entorno ha perdido a un familiar en estos días y le ha sido imposible despedirse de él, lo primero que hay que tener en cuenta es saber si esa persona ha quedado aislada por el coronavirus o cuenta con la cercanía física de otras personas«, explica.

LLORAR

«En el caso de que ella no esté en cuarentena y que, pese al aislamiento, haya otras personas con ella (los familiares más cercanos o personas que trabajan con ella y que no están confinadas), hay que darle cariño, apoyo, abrazarla. Importante: hay que dejar que llore todo lo que tenga que llorar«.

Torelló comenzó su formación en el duelo a partir de sus propias experiencias: perdió a su marido cuando él tenía 54 años, perdió a una hija de 6 meses de un virus fulminante y a un hijo de 6 años de un accidente. También su suegro había fallecido a los 54 años en accidente de tráfico. Desde entonces trata de ayudar a otras personas que pasan por esta dura prueba.

NADIE ESTÁ PREPARADO

«Nadie está preparado para hacer frente a una separación tan brusca«. Pero con el tiempo, ha visto que hay algunas recomendaciones que pueden ayudar a otros a superar la pena.

«No es momento de dar consejos ni de permitir visitas que no aportan, mucho menos visitas o llamadas de compromiso. Hay que evitar a personas que mareen y es imprescindible que la persona duerma y descanse«, añade.

VALORAR LA AYUDA DE UN PSICÓLOGO O PSIQUIATRA

Esta experta afirma que «si hay que ir al psiquiatra, no hay que planteárselo dos veces. Porque al comienzo, sobre todo, parece que te hayan arrancado las entrañas».

ACOMPAÑAR EN SILENCIO Y EVITAR PREGUNTAS CURIOSAS

«No hay que marear a la persona que sufre. No hay que ser insistente -explica Torelló- en que coma o que haga esto o lo otro. Es mejor acompañarla en silencio y no hacer preguntas inútiles. Es importante, entre quienes atiendan a esa persona, cortar si hay deseo de hacer preguntas curiosas«.

LAS PALABRAS APROPIADAS

La tendencia a dar consejos no siempre es la mejor opción para asistir a quien sufre: «Cada persona tiene su ritmo y hay que respetarlo, así que nunca hay que pronunciar consejos en forma de orden como ‘sé fuerte’ o ‘tienes que aprender a…’.

También hay que ser prudentes a la hora de lanzar mensajes que no harían bien. «Por ejemplo, si una mujer sufre la pérdida de un hijo, sería contraproducente querer animarla con un palabras del tipo ‘qué bien, ahora tienes un angelito en el cielo’. Hay que aprender a empatizar, a ponerse en el dolor del otro. Hay que aprender la psicología de la persona que sufre«.

LAS CREENCIAS AYUDAN

Tener creencias, un sentido de la vida y una fe «es algo fundamental -asegura- en momentos como la muerte de un ser querido, y es todavía más crucial si no nos hemos podido despedir de él o ella«.

Para una persona que no tiene fe en que después de la vida existe un más allá, «la muerte de un ser querido es horrible y sin sentido. Para estas personas se hace todavía más necesario la ayuda psicológica de otros». Pero insiste: «Todos necesitamos esa ayuda«.

EXPERTOS EN DUELOTERAPIA

Sin embargo, Torelló matiza que «las personas somos cuerpo y alma, y necesitamos ayuda en el aspecto psicológico, de modo que habrá que pensar si es necesario acudir a un profesional. Existen los expertos en dueloterapia, que es una especialidad. Y hay que decir que no todos los psicólogos están capacitados para ayudar en este tipo de situaciones. Hay que saber muy bien en manos de quién nos ponemos».

ASISTIR A GRUPOS DE AYUDA EN EL DUELO

«Participar en un grupo de dueloterapia ayuda y mucho», anima esta experta. «En los grupos de duelo te unen a personas que han sufrido la muerte de un ser querido en circunstancias parecidas a las tuyas: madres que han perdido a un hijo, viudas… Unirse a otras personas que han pasado por lo mismo que tú es de gran ayuda. Se crean lazos, puedes expresarte y sabes que los demás van a comprender lo que tú explicas, hay una comprensión sincera del problema…».

Todas estas ventajas se unen de una forma que cura la herida puesto que los grupos siempre están orientados por un profesional que conduce la conversación de forma que ayude a superar el dolor.

En estas circunstancias, acceder a un grupo de duelo de forma física no es posible pero sí lo es hacerlo de forma virtual a través de Whatsapp, Hangouts, y Jiitsi o Zoom, entre otras app. Muchos tanatorios disponen de este servicio y pueden informar acerca de él.

¿QUÉ HACER SI NO PUDO HABER VELATORIO NI FUNERAL?

«Es indispensable que haya una ceremonia de despedida, y que se haga inmediatamente, para no arrastrar el dolor. Si no ha sido posible el velatorio ni el funeral, recomendaría hacer una ceremonia personal o mínimamente familiar en el caso de que haya varias personas en una misma casa aislada, incluso que se pueda hacer por videollamada y así puedan unirse los más íntimos», dice Torelló.

«Más adelante quizá pueda hacerse una misa de funeral, pero ahora es conveniente hacer un memorial. Se puede colocar una fotografía del fallecido junto a una vela y una imagen religiosa en el caso de los creyentes. Es momento para hablar en voz alta, para expresar los sentimientos porque las personas ahí decimos cosas que nunca habríamos expresado en público: gracias por tal cosa, perdón por tal otra… Eso alivia mucho».

NO POSPONER LA DESPEDIDA

Torelló insiste: no hay que cerrar la muerte de un familiar en el silencio y en el posponerlo hasta que se haga un funeral a posteriori, porque eso supondría dejar abierta la herida y entonces el momento del funeral se nos hará todavía más doloroso«. Eso no quita que cuando la situación producida por el coronavirus se acabe, podamos celebrar una misa o un acontecimiento que nos reúna

Añade que, en el caso de que la persona no esté sola y físicamente haya algún familiar con ella, puede resultar muy positivo aportar algún recuerdo de la persona que ha fallecido. Por ejemplo, a una nieta puede ayudarle recibir un pañuelo de la abuela  u otro objeto con que pueda recordarla con frecuencia».

Dolors Massot, Aleteia 

Lea también el cuento que sigue

0804010 (1P 2,5.9)    PUEBLO VIVO DE DIOS" ¡Curioso cuento de un ataúd!

Cuenta un feligrés del pueblo de Allá. “Cuando el nuevo párroco, el Padre Heriberto inició su labor en la Parroquia de Allá, encontraba solamente indiferencia y rechazo. El primero domingo predicó en un templo completamente vacío. El segundo domingo sucedió lo mismo. Y cuando entre semana visitaba a los feligreses, nadie quería escuchar.  Le dijeron: "La Iglesia está muerta, tan muerta que no hay posibilidad de revivirla”.

El jueves de la segunda semana apareció un aviso en el periódico del pueblo vecino."Cumplimos con el penoso deber  de informarles con en el  consentimiento de la comunidad parroquial,  que ha fallecido  la Iglesia de San Francisco de Allá. La Misa de Honras se celebrará el domingo a las 11. 00 a.m. Cordialmente invitamos a los feligreses de Allá a que asistan  a este ultimo acto en su templo parroquial.

Padre Heriberto, Párroco

 

 

A las 10.30 a.m. los asientos de la Iglesia parroquial estaban ya ocupándose y hasta las 11. 00 el templo otrora abandonado estaba repleto. El centro de atención de la comunidad reunida en el  templo fue al ataúd colocado delante el altar.


Puntualmente a las 11.00 el párroco salió de la sacristía y luego de haber orado unos momentos en silencio ante el altar se acercó  al pulpito para dirigirse a la comunidad reunida: "Ustedes me han hecho comprender  que están verdaderamente convencidos que nuestra Iglesia está muerta. Tampoco tienen esperanza alguna de revivirla. Quisiera pedirles un ultimo favor. Tengan la bondad de pasar uno por uno delante el ataúd y contemplen un momento al difunto ofreciéndole sus últimos respetos. Luego salgan de la Iglesia por el portón lateral. Al final concluiré yo solo el servicio fúnebre. En el caso de que algunos de entre ustedes cambien de idea y piensen que sería posible revivir a al Iglesia, les suplico de entrar nuevamente por la puerta principal. En lugar del servicio fúnebre celebraré  una misa en acción de gracias”.

Sin una palabra más el párroco se acercó al ataúd y reverentemente levantó la tapa.

Yo  fui uno de los últimos de la larga fila y así tenía tiempo para pensar:" ¿Qué es la Iglesia, de qué se compone? ¿A quien encontraría en el ataúd, acaso la imagen del Salvador? Pero esto no podía ser porque la Iglesia fue fundada sobre la muerte del Señor y su rescurrección. ¿La Iglesia vive? ¿Puede morir?". Parece que mis vecinos cobijaban pensamientos similares al acercarse al ataúd. Vi que algunos temblaban. De repente nos  asustó  el chirrido del portón principal que se abría  para dar paso a una multitud innumerable que entraba.

Y ahora me tocaba mirar  a la Iglesia en el ataúd. Casi sin querer cerré los ojos cuando me incliné sobre el difunto. Cuando abrí los ojos vi en el ataúd no a la Iglesia  difunta sino un miembro difunto de la Iglesia. Me vi a mí mismo. Habían colocado en el ataúd un gran espejo”.

¡A mirarse en el espejo, hermanos!


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