¿Su hijo o hija adolescente ya no quiere rezar más con ustedes y protesta cada vez que hay que ir a misa? Que no cunda el pánico, eso no quiere decir que haya perdido la fe. Hay varios trucos para mantener su interés por el Señor
Es bastante frecuente que los adolescentes refunfuñen a la hora de rezar en familia y de ir a misa. ¿Cómo reaccionar entonces?
En primer lugar permanezcamos tranquilos y vigilantes. Estas rebeliones adolescentes no tienen nada de sistemático, aunque sí son muy normales.
Y son a la vez una buena señal (está bien que maduren, aunque hagan aguas por algunos sitios) y una luz de alerta: no es tan fácil pasar de una piedad de niño, muy ligada a la de los padres, a una fe de adulto.
En cierta manera, la adolescencia es la edad del “todo o nada”. Por supuesto, la realidad tiene más matices. Sin embargo, hay que decir que la adolescencia marca una etapa decisiva en la vida espiritual.
Escuchar y observar con atención
Desde hace algún tiempo, ¿su hijo manifiesta una hostilidad abierta hacia el momento de la oración familiar? ¿Pone mala cara, se burla, se niega a participar…?
Pero ¿se niega a rezar… o a rezar en familia? ¡Porque para nada es lo mismo!
¡Cuántos adolescentes se sienten de repente avergonzados de rezar junto a sus allegados! Tras haber perdido la sencillez de la infancia, se ven bloqueados por una especie de pudor que no tiene nada que ver con la impiedad.
Por la misma razón, pueden sacar las uñas si toca ir a misa con toda su tribu y prefieren sentarse en el otro extremo de la iglesia.
Aceptemos que su vida espiritual se nos escapa cada vez más. Cuando eran pequeños, rezaban sobre nuestro regazo, les guiábamos por los caminos de la fe y recibíamos con fascinación sus confidencias.
Pero, al crecer, se callan, como si cerraran la puerta de un jardín al que ya no tendríamos acceso; y si entreabren esa puerta es, con mayor frecuencia, para otras personas: amigos, sacerdotes, jefes scout, profesores u otros educadores.
De ahí la importancia de la elección de los centros educativos, de los movimientos juveniles y de las actividades de ocio.
Libertad y responsabilidad
La educación de los adolescentes no está terminada. Ofrezcamos algunos referentes firmes, como estos santos:
Respetar su fe personal no impide en absoluto plantear exigencias externas que, en el ámbito de la vida espiritual igual que en los demás, son como barandillas para guiar y proteger su libertad aún frágil.
Por ejemplo, obligar a un joven a ir a misa es enseñarle que la lealtad –en este caso, la lealtad a su bautismo (y a su profesión de fe)– supone que no sigamos nuestros deseos del momento, sino que nos obliguemos circunstancialmente a hacer alguna cosa que quizás no nos motive mucho.
Y esto es ayudarles a perseverar. ¿Que le asqueará hacerlo? Puede ser. Pero eso también puede hacerle pasar una etapa difícil de la que saldrá más fuerte en su fe.
Hay muchos testimonios que van en este sentido: adolescentes que protestaban todos los domingos y que, una vez adultos, están llenos de reconocimiento hacia sus padres porque no les dejaron caer. Facilitémosles la tarea.:
Así que, en lo que concierne a la misa, demos preferencia a las iglesias que ellos prefieran. Ya tendrán tiempo de descubrir, más adelante, que el valor de una misa no se mide por la calidad de los cantos, ni siquiera de la homilía.
Algunas responsabilidades pueden ayudar al adolescente a acudir a misa sin demasiada mala gana: ocuparse de un niño pequeño, supervisar a los monaguillos, tocar un instrumento musical, participar en la coral, hacer una lectura…
En este sentido haría falta también que nuestras comunidades parroquiales dejaran que los jóvenes ocuparan de verdad su lugar (en los equipos litúrgicos, por ejemplo), ¡porque este no es siempre el caso!
Quizás lo más importante
Seamos coherentes: ¿Cómo exigir a nuestros hijos que vayan a misa si nosotros mismos no vamos o solamente lo hacemos de vez en cuando?
¿Cómo animarles a participar en las actividades de la capellanía si, en el fondo, damos más importancia a sus resultados escolares que a su progresión espiritual?
¿Y cómo hacer creíble nuestra alegría de verles madurar si expresamos solamente las inquietudes y los reproches?
Pues Jesús nos lo indicó: hay que sembrar el grano pero sin volver continuamente para ver si ha comenzado a germinar, porque nos arriesgamos a destruir la planta. Así que dejemos tranquilo al grano: Dios es más fuerte.
Por Christine Ponsard, Edifa Aleteia
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