El Papa Francisco ha celebrado este domingo en la basílica de San Pedro la Eucaristía del primer domingo de Adviento, y lo ha hecho con concelebrando con los nuevos cardenales creados este sábado en el Consistorio Ordinario Público.
En su homilía, el Santo Padre dijo que las lecturas de este domingo sugieren dos palabras clave para este tiempo de Adviento. Se trata de “cercanía” y “vigilancia” pues “mientras el profeta Isaías dice que Dios está cerca de nosotros, Jesús en el Evangelio nos invita a vigilar esperando en Él”.
Francisco recordó que “el Adviento es el tiempo para hacer memoria de la cercanía de Dios, que ha descendido hasta nosotros. Pero el profeta supera esto y le pide a Dios que se acerque más: ‘¡Ojalá rasgaras los cielos y descendieras!’”.
Y es que la expresión “Dios mío, ven en mi auxilio” es a menudo “el comienzo de nuestra oración: el primer paso de la fe es decirle al Señor que lo necesitamos, necesitamos su cercanía”, agregó el Papa.
De este modo, consideró que el primer mensaje del Adviento es “reconocer que Dios está cerca y decirle: ‘Acércate más!’”. Francisco recordó entonces que esta “es la oración del Adviento: “¡Ven!”. El Adviento nos recuerda que Jesús vino a nosotros y volverá al final de los tiempos, pero nos preguntamos: ¿De qué sirven estas venidas si no viene hoy a nuestra vida? Invitémoslo".
“Ven, Señor Jesús” es una oración propicia para este tiempo. Por ello, el Papa invita a recitarla “al principio de cada día y repetirla a menudo, antes de las reuniones, del estudio, del trabajo y de las decisiones que debemos tomar, en los momentos importantes y en los difíciles”.
Tras la cercanía llega la vigilancia y en este punto el Santo Padre incidió en que “es importante estar vigilantes, porque un error de la vida es el perderse en mil cosas y no percatarse de Dios”.
Pero si hay que vigilar –agregó- es que es de noche: “Sí, ahora no vivimos en el día, sino en la espera del día, en medio de la oscuridad y los trabajos”.
“Así como antes de nacer nos esperaban quienes nos amaban, ahora nos espera el Amor mismo. Y si nos esperan en el Cielo, ¿por qué vivir con pretensiones terrenales? ¿Por qué agobiarse por alcanzar un poco de dinero, fama, éxito, todas cosas efímeras? ¿Por qué perder el tiempo quejándose de la noche mientras nos espera la luz del día? ¿Porqué buscar ‘padrinos’ para hacer una promoción, crecer y hacer carrera? Todo pasa. Vigilad, dice el Señor”, añadió.
Sin embargo, en su homilía Francisco reconoció que mantenerse despiertos es “difícil” porque por la noche lo normal es dormir. Y para ejemplificarlo recordó a los discípulos a los que Jesús les pidió que velaran pero no lo lograron. Se quedaron dormidos
“Hay un sueño peligroso: el sueño de la mediocridad. Llega cuando olvidamos nuestro primer amor y seguimos adelante por inercia, preocupándonos sólo por tener una vida tranquila. Pero sin impulsos de amor a Dios, sin esperar su novedad, nos volvemos mediocres, tibios, mundanos. Y esto carcome la fe, porque la fe es lo opuesto a la mediocridad: es el ardiente deseo de Dios, es la valentía perseverante para convertirse, es valor para amar, es salir siempre adelante”, afirmó el Pontífice.
La pregunta que surge entonces es cómo despertarse de este sueño de la mediocridad. En su opinión, esto se hace “con la vigilancia de la oración” puesto que “rezar es encender una luz en la noche” donde la “oración nos despierta de la tibieza de una vida horizontal, eleva nuestra mirada hacia lo alto, nos sintoniza con el Señor”.
“La oración permite que Dios esté cerca de nosotros; por eso, nos libra de la soledad y nos da esperanza. La oración oxigena la vida: así como no se puede vivir sin respirar, tampoco se puede ser cristiano sin rezar. Y hay mucha necesidad de cristianos que velen por los que duermen, de adoradores, de intercesores que día y noche lleven ante Jesús, luz del mundo, las tinieblas de la historia”, señaló.
Pero si mala es la mediocridad otro problema es la indiferencia. Por ello, el Papa explicó que “el que es indiferente ve todo igual, como de noche, y no le importa quién está cerca. Cuando sólo giramos alrededor de nosotros mismos y de nuestras necesidades, indiferentes a las de los demás, la noche cae en el corazón”,
Y puso un ejemplo: “Comenzamos rápido a quejarnos de todo, luego sentimos que somos víctimas de los otros y al final hacemos complots de todo. Lamentos, victimismo, y complot. Es una cadena, es lo mismo. Hoy parece que esta noche ha caído sobre muchos, que exigen sólo para sí mismos y se desinteresan de los demás”.
En este caso para despertarnos del sueño de la indiferencia Francisco llamó a la “vigilancia de la caridad” pues “para dar luz a aquel sueño de la mediocridad, de la tibieza, está la vigilancia de la oración, para despertarnos de este sueño de la indiferencia está la vigilancia de la caridad. La caridad es el corazón palpitante del cristiano. Así como no se puede vivir sin el latido del corazón, tampoco se puede ser cristiano sin caridad”.
“Rezar y amar, he aquí la vigilancia. Cuando la Iglesia adora a Dios y sirve al prójimo, no vive en la noche. Aunque esté cansada y abatida, camina hacia el Señor”, concluyó Francisco.
ReL
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