Diálogos de consultorio: Experiencia vivida por un ateo cuya esposa, enferma y sin capacidad mental, le regaló una sonrisa y una palabra llena de fe.
— Mi esposa siendo joven, y con hijos pequeños, sufrió un accidente de consecuencias irremediables. Fue algo muy doloroso en lo que me he encontrado con el absurdo sentimiento de no tener a quien reclamarle.
Quien así habla es un hombre joven. Acude a nuestro consultorio para recibir apoyo. Tiene un fuerte sentimiento de pena, pues en un accidente, su esposa había quedado gravemente afectada de sus facultades mentales. Mas tiene una nueva y esperanzadora actitud.
—Siempre he tenido una actitud de recelo cuando se mencionaba la palabra «espíritu». Lo relacionaba con lo religioso, algo que al ser ateo no tenía cabida en mi vida. Ahora me ha sucedido algo que me hace pensar que he vivido en el error.
Mi esposa desde hace meses ya no reconoce a nadie. Pero hace unos días me dio una enorme sorpresa. El día de nuestro aniversario de boda, como siempre, le llevé las flores que tanto le gustan. Esbozó una sonrisa que creía que nunca más me regalaría. Me miró con muchísimo amor y me reconoció. Estoy seguro de ello pues conozco esa mirada desde el fondo de mi alma.
Más aún. Repitió una costumbre muy suya. Sin perder ese esbozo de sonrisa, con voz débil y casi inaudible, me señaló con el dedo y me dijo una palabra: “Rezo”. Luego, volvió a su oscuridad. Supe en ese instante, que ella sigue ahí, solo que cubierta por las consecuencias de su accidente.
Por ello, ahora me he vuelto muy sensible al hecho de que mi esposa siempre tuvo mucha fe y siempre se preocupó por la mía, pues siempre he sido un descreído.
«Mi esposa siempre ha rezado para que recibiera el don de la fe»
— Bueno, es que a su esposa aún le queda un resquicio de libertad y gracias a él ha podido expresarse. Ha puesto en evidencia que su limitación mental no roza siquiera el núcleo íntimo de su ser. Así, por un instante, ha aflorado lo más profundo de su personalidad, dos de sus mayores rasgos: una auténtica vida religiosa y su gran amor por usted. —Logró expresarse de forma profundamente viva, y eso usted lo sabe
— Sí, definitivamente así fue —contestó igualmente convencido.
—Eso explica lo que a usted le cuesta trabajo creer, que el ser personal, siendo espiritual, no se reduzca a lo solo corporal o las capacidades mentales. Estas se pueden deteriorar por el paso del tiempo, la enfermedad o un accidente. Pero el espíritu es inalterable. Muchos a esta realidad, le encuentran todo su sentido a través de la fe. Lo que trato de decirle, apoyándome en su propia experiencia, es que el espíritu humano tal cual lo describo, es ante todo una realidad constitutiva de la persona, aun cuando esto no se acepte desde un enfoque religioso.
—Sí, lo comprendo ahora que ella ha regresado de las sombras, aunque fuera por un instante —contestó.
—Por ello, debemos tener la certeza de la continuidad de la persona espiritual pese a su incapacidad mental. Prueba de ello, es que los profesionales que atienden a personas en estas condiciones, no creen estar atendiendo a una máquina cerebral, dañada en forma irreparable, puesto que un enfermo mentalmente incapacitado, podrá perder quizá su capacidad de comunicarse, o de ser útil según entienden muchos, pero jamás perderá su dignidad como ser humano. Y al hacerlo, están reconociendo la realidad de su dimensión espiritual.
—Bueno —afirmo mi consultante con profunda reflexión—, mi esposa me dijo que rezaría siempre para que recibiera el don de la fe en Dios. Para ella, solo era cuestión de confiar en los tiempos del Creador. Reconozco ahora, que su enfermedad no le impidió darme el mayor motivo para hacerlo.
Lo dijo con una paz que reflejaba ya una pequeña semilla de fe.
Orfa Astorga, Aleteia
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