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sábado, 14 de noviembre de 2020

Evangelio del día

 

ChristianArt 
 
Lucas 18, 1-8 Había un juez en cierta ciudad
 
 
La Parábola del Juez Injusto, Pintura de Pieter de Grebber (1600-1652) , Pintada en 1628, Óleo sobre tabla
© Szépmûvészeti Múzeum, Budapest

En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola: “En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario’. Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando’ ”. Dicho esto, Jesús comentó: “Si así pensaba el juez injusto, ¿creen acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen que encontrará fe sobre la tierra?”

Comentario

Bulle

Venerable Pio XII (1876-1958)
papa 1939-1958
A una representación de centros del Apostolado de la oración en Italia, 17 de enero de 1943 (Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santità Pio XII, IV, Quarto anno di Pontificato, 1942-1943, Ed. Vaticana), trad. sc©evangelizo.org.


“Y Dios ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche?” (Lc 18,7)

Contemplándolos aquí reunidos en torno a nosotros, (…), nos parece hacer nuestra, casi reviviéndola, una escena grandiosa y emocionante que nos presenta la Sagrada Escritura. Mientras el pueblo de Dios combate en la llanura, vemos sobre el monte Horeb a Moisés, orando con los brazos y las manos elevadas, preludio e inconsciente imagen del gran Mediador, de brazos extendidos sobre la cruz. A costado del orante Líder y por temor a que pierda fuerza en ese fatigoso acto implorante, dos de los suyos más fieles le sostienen los brazos con filial solicitud, llenos de de fe en la eficacia de la oración de su líder (Ex 17,8).
También nosotros, desde esta colina del Vaticano, asistimos a una gran contienda, incomparablemente más vasta y más feroz que la que pone en conflicto unos contra otros a los pueblos de la tierra. Conflicto espiritual que es un episodio de la indecible lucha del mal contra el bien, de Satanás contra Cristo. Nosotros, las manos tendidas hacia el cielo, sentimos pesar sobre nuestra espalda el peso de una gran responsabilidad, oprimir nuestro corazón un dolor profundo. Encontramos en ustedes el consuelo que nos ofrecen, fieles, uniendo su oración a la nuestra, sus sacrificios a nuestras penas, sus obras a nuestra fatiga. (…)
La verdadera oración del cristiano, que enseñó Jesús a todos pero que es especialmente la de ustedes, es una oración esencialmente de apostolado. Ella reúne la santificación del nombre de Dios, el advenimiento y la difusión de su Reino, la adhesión filial a las disposiciones de su amorosa Providencia y a su voluntad redentora y beatificante. En consecuencia, reúne todos los intereses materiales y espirituales de los hombres: el pan cotidiano, el perdón de pecados, la unión fraterna que no conoce odios ni rencores, el socorro en las tentaciones para no sucumbir, la liberación de cada mal. (…) Inmensa en su brevedad, la oración dominical compendia y abraza la universalidad de las necesidades del mundo. Todas estas necesidades, el Salvador las guarda y recomienda a su Padre celeste hasta en el mínimo detalle, porque cada uno le es presente particularmente. (…) He aquí su modelo. (EDD)





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