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jueves, 26 de noviembre de 2020

¿Cómo descubrir tus intenciones más ocultas?

 

OPIEKOWANIE SIĘ SOBĄ


Reconocer la propia verdad y aceptarla sana por dentro y libera, reaccionar mal ante las críticas puede mostrar que alguien se ha idealizado

La verdad me hace libre, lo sé pero lo olvido. No siempre me resulta tan fácil reconocer mi verdad. Saber si lo que siento, pienso o hago es lo verdadero. O si no me estoy engañando a mí mismo.

Ser capaz de reconocer que yo hago las mismas cosas que critico en otros es sano, me hace más libre, más humilde, más pobre.

Reconocer mi verdad y aceptarla me sana por dentro. No saber quién soy, qué hago mal, qué no hago, me esclaviza.

Saber todo eso de mí me libera, ignorarlo me condena a seguir viviendo sin comprender lo que otros ven en mí. Me lleva a vivir en guerra con los demás que me acusan de aquello que no creo hacer.

No soy consciente de mi agresividad, de mi orgullo, de mi vanidad. Pienso entonces que los demás me tienen envidia. Ellos quieren ser como yo y al no lograrlo hablan mal de mí.

Y yo no sé que lo que despierto en otros no es culpa de ellos, es responsabilidad mía. Yo soy de una manera y no de otra diferente.

Lo que ven en mí los demás no necesariamente coincide con lo que yo veo. Y me lo dicen y yo me rebelo molesto, porque me hacen daño sus acusaciones.

No acepto las verdades que me lanzan como piedras. Quieren mi mal, pienso. No quiero engañarme pero no creo ser como los demás me ven. Estarán equivocados, seguro, pienso en mi corazón.

Ellos no me conocen tan bien, yo sí me conozco. Pero me engaño. La mentira se apodera de mí y me permite estar seguro. No pretendo engañar a nadie, simplemente me engaño a mí mismo. Isabel Serrano-Rosa comenta:

«Las personalidades más proclives a mentirse a sí mismas son las narcisistas, cuya idea grandiosa de su persona no se corresponde con la realidad».

Y así vivo una mentira que para mí se convierte en una verdad irrefutable. ¿Cómo puedo conocer la verdad de lo que soy? ¿Cómo distinguir mis intenciones más ocultas? ¿Por qué vivo pensando que el mundo me debe algo?

Vivo en tensión porque no quiero que los demás me conozcan en mi interior. Veo heridas y pecados que quiero ocultar.

Entonces no miento, pero tapo con pudor. No tengo por qué exponer mi fragilidad.

Eso sí, mi debilidad expuesta me hace más humilde. Que los demás me traten de acuerdo con mi verdad es una humillación que me hace más libre, más niño.

Las mentiras sobre mí mismo no me hacen bien. Como leía el otro día:

«Con las mentiras se puede llegar muy lejos. Pero lo que no se puede es volver».

No puedo volver desde mis mentiras. Me alejo de mi camino de felicidad, de mi plenitud. Aceptar que soy frágil me ayuda a crecer. Decía Rafa Nadal:

«Mi cabeza tiene el talento para seguir dándome oportunidades, continuar trabajando y aceptar los fallos para seguir haciéndolo mejor».

Y su tío Toni Nadal decía de él:

«La búsqueda de la objetividad y evitar el engaño no ha impedido que tuviera la máxima confianza en las posibilidades de Rafael».

Cometer errores, ser torpe y débil no es el final de nada. Es más bien el comienzo de un nuevo camino de plenitud. Aceptar los límites es lo que me permite crecer.

No ver los límites es vivir en la mentira. Me siento mejor por un tiempo, pero no crezco. Por eso es tan importante besar la realidad como es y soñar con lo que puedo llegar a ser.

Puedo hacerlo mejor, puedo crecer, no estoy condenado siempre al fracaso. Puedo crecer por encima de mis fragilidades y roturas.

La verdad de lo que soy es sanadora. Me enfrenta con mis límites y pecados pero siempre desde la verdad de lo que hay en mí.

En ocasiones un pecado público, una caída humillante, un fracaso flagrante, ese olvido de los que antes me ensalzaban, pueden ser una oportunidad para ser más de Dios, para vivir más en la verdad, para crecer en mi camino de santidad.

No quiero vivir engañándome a mí mismo. Tengo claro que mi pecado me ha dejado dañado por dentro y quiero darle mi sí a lo que soy.

Acepto lo que hay en mí, lo que vivo y tengo. Escucho lo que los demás me dicen, porque en ellos veo a Dios hablándome siempre.

Cuando me critican por algo que he hecho mal, me alegro porque esas críticas me ayudan a profundizar en lo que de verdad soy.

No me siento herido en mi orgullo, no me aferro a esa imagen idealizada que tengo de mí mismo.

Tengo claro que no merezco ninguna alabanza. Sé que una crítica puede hacerme crecer mucho más que cientos de alabanzas recibidas.

Esa verdad que hay en mí es la que acepto y reconozco sin pudor. Soy yo con mis límites y torpezas. ¿Por qué no logro ver lo que otros ven?

Me engaño de forma obsesiva. Es como si no necesitara a Dios. Me empeño en poder llegar yo solo sin ayuda a todas partes y no lo logro.

Vivir desnudo es muy difícil. Me escondo, me protejo, me guardo. Estoy dividido y sólo Dios es el que logra que esté unido en mi interior.

Quiero alabar a Dios en mí, en lo que hace conmigo. Mis heridas y enfermedades, mis roturas y límites me hacen daño.

Quiero reconocerme pobre ante los demás, ante Dios. Sin protegerme, sin vivir defendiéndome.

Si alguien me dice que soy orgulloso, no tengo que pedirle que me lo demuestre. Si alguien ve en mí debilidades, no tengo que apartarlo de mí ofendido echándole en cara sus propios defectos.

Quizás me ha mandado Dios a esa persona para ayudarme a cambiar, a crecer, a aceptarme en mi realidad.

Cuando caigo, y escucho los juicios ofensivos de los que no me quieren, en mi cabeza, en mi corazón, me doy una nueva oportunidad.

Dios me ama por encima de todo y me quiere en mi pobreza. Ese amor incondicional me levanta, me eleva, me sana. Dejo de lado todas las mentiras que me hacen daño. Y veo con alegría ese niño herido que hay en mi corazón. 

Carlos Padilla Esteban, Aleteia 

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