Invitamos a los matrimonios y a personas interesadas en una familia feliz, a leer y asimilar pasajes de la Exhortación pontifical 'Amoris laetitia' del Papa Francisco.
Diálogo
136. El diálogo es una forma privilegiada e indispensable de
vivir, expresar y madurar el amor en la vida matrimonial y familiar. Pero
supone un largo y esforzado aprendizaje. Varones y mujeres, adultos y jóvenes,
tienen maneras distintas de comunicarse, usan un lenguaje diferente, se mueven
con otros códigos. El modo de preguntar, la forma de responder, el tono
utilizado, el momento y muchos factores más, pueden condicionar la
comunicación. Además, siempre es necesario desarrollar algunas actitudes que
son expresión de amor y hacen posible el diálogo auténtico.
137. Darse tiempo, tiempo de calidad, que consiste en
escuchar con paciencia y atención, hasta que el otro haya expresado todo lo que
necesitaba. Esto requiere la ascesis de no empezar a hablar antes del momento
adecuado. En lugar de comenzar a dar opiniones o consejos, hay que asegurarse
de haber escuchado todo lo que el otro necesita decir. Esto implica hacer un
silencio interior para escuchar sin ruidos en el corazón o en la mente:
despojarse de toda prisa, dejar a un lado las propias necesidades y urgencias,
hacer espacio. Muchas veces uno de los cónyuges no necesita una solución a sus
problemas, sino ser escuchado. Tiene que sentir que se ha percibido su pena, su
desilusión, su miedo, su ira, su esperanza, su sueño. Pero son frecuentes
lamentos como estos: «No me escucha. Cuando parece que lo está haciendo, en
realidad está pensando en otra cosa». «Hablo y siento que está esperando que
termine de una vez». «Cuando hablo intenta cambiar de tema, o me da respuestas
rápidas para cerrar la conversación».
138. Desarrollar el hábito de dar importancia real al otro.
Se trata de valorar su persona, de reconocer que tiene derecho a existir, a
pensar de manera autónoma y a ser feliz. Nunca hay que restarle importancia a
lo que diga o reclame, aunque sea necesario expresar el propio punto de vista.
Subyace aquí la convicción de que todos tienen algo que aportar, porque tienen
otra experiencia de la vida, porque miran desde otro punto de vista, porque han
desarrollado otras preocupaciones y tienen otras habilidades e intuiciones. Es
posible reconocer la verdad del otro, el valor de sus preocupaciones más hondas
y el trasfondo de lo que dice, incluso detrás de palabras agresivas. Para ello
hay que tratar de ponerse en su lugar e interpretar el fondo de su corazón,
detectar lo que le apasiona, y tomar esa pasión como punto de partida para
profundizar en el diálogo.
139. Amplitud mental, para no encerrarse con obsesión en
unas pocas ideas, y flexibilidad para poder modificar o completar las propias
opiniones. Es posible que, de mi pensamiento y del pensamiento del otro pueda
surgir una nueva síntesis que nos enriquezca a los dos. La unidad a la que hay
que aspirar no es uniformidad, sino una «unidad en la diversidad», o una
«diversidad reconciliada». En ese estilo enriquecedor de comunión fraterna, los
diferentes se encuentran, se respetan y se valoran, pero manteniendo diversos
matices y acentos que enriquecen el bien común. Hace falta liberarse de la
obligación de ser iguales. También se necesita astucia para advertir a tiempo
las «interferencias» que puedan aparecer, de manera que no destruyan un proceso
de diálogo. Por ejemplo, reconocer los malos sentimientos que vayan surgiendo y
relativizarlos para que no perjudiquen la comunicación. Es importante la
capacidad de expresar lo que uno siente sin lastimar; utilizar un lenguaje y un
modo de hablar que pueda ser más fácilmente aceptado o tolerado por el otro,
aunque el contenido sea exigente; plantear los propios reclamos pero sin
descargar la ira como forma de venganza, y evitar un lenguaje moralizante que
sólo busque agredir, ironizar, culpar, herir. Muchas discusiones en la pareja
no son por cuestiones muy graves. A veces se trata de cosas pequeñas, poco
trascendentes, pero lo que altera los ánimos es el modo de decirlas o la
actitud que se asume en el diálogo.
140. Tener gestos de preocupación por el otro y
demostraciones de afecto. El amor supera las peores barreras. Cuando se puede
amar a alguien, o cuando nos sentimos amados por él, logramos entender mejor lo
que quiere expresar y hacernos entender. Superar la fragilidad que nos lleva a
tenerle miedo al otro, como si fuera un «competidor». Es muy importante fundar
la propia seguridad en opciones profundas, convicciones o valores, y no en
ganar una discusión o en que nos den la razón.
141. Finalmente, reconozcamos que para que el diálogo valga
la pena hay que tener algo que decir, y eso requiere una riqueza interior que
se alimenta en la lectura, la reflexión personal, la oración y la apertura a la
sociedad. De otro modo, las conversaciones se vuelven aburridas e
inconsistentes. Cuando ninguno de los cónyuges se cultiva y no existe una
variedad de relaciones con otras personas, la vida familiar se vuelve
endogámica y el diálogo se empobrece.
De la Exhortación ‘Sobre el Amor en la Familia’ (Capítulo IV: Vocación de
la Familia)
Vea también Una Espiritualidad Mariana y Misionera
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