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martes, 1 de diciembre de 2020

Evangelio del día

 

ChristianArt 
 
Lucas 10, 21-24 Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo
 
 

El Espíritu Santo, Pintado por Danny Hahlbohm (nacido en 1949), Pintado en 2014,
Oleo sobre lienzo © Danny Hahlbohm Art

En aquella misma hora, Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo y exclamó: “¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien! Todo me lo ha entregado mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.

Volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: “Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven. Porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron”.

Comentario

Beato Carlos de Foucauld (1858-1916)
ermitaño y misionero en el Sahara
Salmo 46 (Méditations sur les psaumes, Nouvelle Cité, 2002), trad. sc©evangelizo.org


¡Llamados para alabar a Dios!

Dios mío, ¡qué bueno es en llamarnos para alabarlo! ¡Nada más agradable que alabar al bien-amado! (…) ¡Alabemos a Dios!
Dios mismo nos da el precepto y el ejemplo. ¡Cuántos salmos son salmos de alabanza! “¡Qué todos los seres vivientes alaben al Señor!” (Sal 150,6), “¡Alaben al Señor todas las naciones, glorifíquenlo todos los pueblos!” (Sal 117(116),1)…Muchas veces el Señor proclama “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra…” (cf. Lc 10,21). Muchas veces le da nombres de alabanza: “Padre santo…Padre justo…” (c f. Jn 17,11.25). ¿Qué nos enseña a decir cuando nos enseña a rezar? “Padre nuestro que estás en el cielo, que tu nombre sea santificado” (Mt 6,9). Es decir, sea glorificado tanto por las palabras cómo por los pensamientos de todos los hombres. (…)
La alabanza además es una necesidad del amor. Si Dios no nos daba ni el precepto ni el ejemplo de alabarlo, sería para nosotros obligatorio hacerlo, sólo porque nos dice: “El primer mandamiento es amarme”. La admiración es parte fundamental de todo amor verdadero: es el fundamento, la causa. El motivo del verdadero amor es el bien, la perfección en el amado. Este bien, esta perfección, excitan la admiración y, poco distinta de ella, llega el amor. La alabanza es la expresión de la admiración y se encuentra (…) dónde se haya el amor verdadero.
Alabemos entonces a Dios. Interiormente, con la silenciosa alabanza de una amorosa contemplación. Exteriormente, con palabras de admiración que la admiración de sus perfecciones pondrá en nuestros labios. (EDD)





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