Diálogos de consultorio. Esta es una de esas historias del consultorio de Aleteia en la que se anima a realizar una terapia del alma. Más aun en Navidad
En nuestro consultorio, he atendido casos de quienes se han apartado artificialmente de los demás, y que, al mostrar sus sentimientos respecto de quienes deberían ser personas cercanas y queridas, lo hacen refiriéndose a ellas como si de unos extraños se tratara, con expresiones como “este señor” o “esas gentes”. Y al hacerlo asumen su soledad.
Esta es una de esas historias:
– En esta época de Navidad, he decidido no aceptar la invitación a participar en reunión virtual con familiares, que será en unos días. Lo hago porque casi no me visitan, y ahora solo por sentimentalismo me han buscado –. Así se expresaba mi consultante, una mujer viuda y adinerada, cercana a los setenta años.
– Me duele, pero estoy dispuesta a sobrellevarlo – afirmó con cierta arrogancia. Luego, escuché su larga historia, siempre haciendo juicios negativos sobre sus familiares.
– ¿Los ha buscado usted? – le pregunté interrumpiéndola.
– No, pues esas gentes han sido las que me han eludido – fue su tajante respuesta.
– ¿Por qué entonces ha pedido consulta? – le pregunté con el mayor tacto.
– Necesito una forma de ayuda, pues no logro concentrarme en las prácticas religiosas propias de esta época, y además, ciertas pastillas que me recetaron no evitan que me sienta deprimida.
Terapia del alma
– Bueno, eso explica que su depresión no es de origen orgánico, sino espiritual, y sobre eso debemos sustentar una “terapia del alma” – le aclaré.
– Explíqueme en qué consiste esa rara terapia – me dijo con la mirada inquisidora de quien siente rechazo a la posibilidad de escuchar la verdad de sí misma, en labios ajenos.
– Se trata de ciertas realidades, que, admitiéndolas, hará posible que su inteligencia, voluntad, y sobre todo, la libertad de su corazón se reorienten – le propuse –. El término religión remite a re-ligarse, o sea, a unirse cada vez más con Dios de acuerdo a las verdades de todo lo creado y revelado por Él, ¿cierto?
– Por supuesto – afirmó categórica.
– Significa, que, para lograrlo, debemos reconocer que no somos un invento nuestro, y, en consecuencia, no debemos pensar que podemos ser como nos parezca, sino que, por así decirlo, debemos obedecer libre e inteligentemente el manual de operaciones del fabricante, que nos hizo por amor y para el amor, para que, de esa manera, evitáramos el mal y fuéramos felices.
– La entiendo, y sigo estando de acuerdo – confirmó.
El mal
– Pues bien, en ese manual, Dios nos creó sin el mal, por lo que es necesario provocarlo y aceptarlo, abriéndole la puerta de nuestra intimidad, por lo que la raíz de todo mal moral se encuentra en el corazón humano. Y, cuando así sucede, la persona no se acepta tal y como está llamada a ser de cara a su creador, y por consecuencia no responde a su proyecto.
– ¿Me está usted dando a entender, que soy la mala y la que rechaza? – pregunto inquisidora.
– Bueno, si el mal no estuviese antes en la intimidad humana, no podría manifestarse luego en la inteligencia y la voluntad que se requieren para criticar, juzgar negativamente, e incluso despreciar y ponerse en contra de las personas.
– ¡Vaya, duro y directo! ¡y a eso le llama terapia! – exclamó moviendo la cabeza.
– Me expreso con confianza, pues pienso que usted es de buen corazón y por lo tanto comprenderá, que este tipo de mal se compagina muy bien con no aceptar a los demás tal y como son, con defectos y limitaciones, también con cualidades y virtudes. Lo que le trato de hacer ver, es que el mal moral lesiona más que el físico, porque hiere por dentro tanto al que desprecia, como a los que son despreciados, y usted tiene una varita mágica para desaparecerlo.
La paz del alma
Es así, porque como no se puede despreciar a nadie, a menos que uno se acepte a sí mismo como quien desprecia, eso usted lo puede cambiar, si reconoce que los defectos de los demás e incluso los errores que hayan cometido con usted, no restan en absoluto nada a su propia libertad y paz interior, como fortalezas inexpugnables para vivir de cara a Dios. Y desde esas fortalezas, ser misericordiosa… está en el manual divino del que hablamos.
Luego, le pregunté por sus hijos y sus familias, y la charla derivó entonces en tonos amenos y amables, para finalmente despedirnos.
Días después, me habló por teléfono y me dijo:
– He decidido participar en le reunión virtual, y no necesitaré ya las pastillas, muchas gracias.
El mal de la inteligencia, se adquiere juzgando de modo contrario a cómo son en realidad las personas, y el mal de la voluntad, en no querer reconocer el bien de su existencia. Y eso solo es posible con el mal en el corazón de la persona misma.
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