En una época donde se habla mucho de las emociones femeninas y de cómo acompañar el corazón de la mujer, a veces olvidamos preguntarnos: ¿cómo se sienten amados los hombres? ¿De qué manera experimentan ellos el cariño, el respeto y la entrega?
Comprender esta dimensión es clave para fortalecer vínculos auténticos, especialmente en el matrimonio, donde el amor no es solo un sentimiento, sino una decisión diaria de entrega mutua.
Desde una visión cristiana, el hombre ha sido creado para amar y servir, pero también necesita ser amado, sostenido y comprendido. Sin embargo, muchas veces se cría a los varones para que oculten su vulnerabilidad, como si expresar necesidades afectivas fuese una debilidad. Esto los lleva, con frecuencia, a vivir el amor en silencio, deseando ser valorados, pero sin saber cómo pedirlo.
San Pablo y el amor de esposos

Uno de los aspectos más fundamentales para que un hombre se sienta querido es el respeto. San Pablo lo señala con claridad en su carta a los Efesios: “Y ustedes, esposos, amen a sus mujeres... y la esposa respete a su marido” (Ef 5,33).
Este mandato no es arbitrario, sino profundamente humano: así como la mujer necesita sentirse amada de forma explícita, el hombre necesita saberse digno a los ojos de quien ama.
El respeto, en este contexto, no es miedo ni obediencia ciega, sino esa mirada que valora, que cree en él, incluso cuando tropieza. Una mujer que respeta a su esposo le da alas, porque lo hace sentirse capaz, elegido y útil.
La importancia de la admiración
Junto al respeto, el hombre necesita admiración. No se trata de halagos vacíos ni de elogios constantes, sino de esa capacidad de reconocer el esfuerzo, la iniciativa, la intención de proteger o proveer. Cuando una mujer le dice con sinceridad: "Confío en ti", el corazón del hombre se ensancha.
Esa admiración no solo lo fortalece, sino que también lo orienta hacia su mejor versión. Un hombre amado de verdad se siente impulsado a ser más generoso, más virtuoso, más entregado.
Un hogar que lo espera
Además, el varón necesita paz en su hogar. No por evasión ni cobardía, sino porque el hogar representa su refugio. El hombre que se siente acogido, comprendido y acompañado en casa es un hombre que rinde, que da, que construye.
En cambio, cuando el hogar se vuelve un campo de batalla verbal o emocional, se encierra, se enfría o se escapa hacia otras distracciones. Amar a un hombre es también ofrecerle un espacio donde pueda ser él mismo, sin sentirse juzgado o ridiculizado.
Un lenguaje de amor

No podemos olvidar la ternura, un lenguaje muchas veces desconocido para el hombre, pero profundamente transformador. Un abrazo espontáneo, una palabra amable, un gesto de cariño sin esperar nada a cambio, lo tocan en lo más hondo.
Muchos hombres no saben cómo pedir afecto, pero lo necesitan igual que el aire. Cuando lo reciben, algo en ellos se ablanda, se vuelve más humano, más generoso.
El reconocimiento
Finalmente, el hombre se siente querido cuando su entrega es reconocida. No necesita grandes homenajes, pero sí que se le diga: “Gracias por tu esfuerzo, por tu trabajo, por tu tiempo”. La gratitud es el lenguaje que nutre el alma masculina.
Cuando una mujer agradece, en lugar de exigir; valora, en lugar de comparar; edifica, en lugar de corregir constantemente, el corazón del hombre florece.
Amar a un hombre es un arte, pero también una vocación. Y así como María supo acompañar en silencio a José y animarlo con su fe, toda mujer cristiana está llamada a amar con ese respeto, esa ternura y esa confianza que hacen del hombre un mejor esposo, padre y creyente.
Mar Dorrio, Aleteia
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