Hoy se cumplen cuarenta días de la
Resurrección. Cumplida su misión terrena, se prepara para volver al Padre.
Antes de ascender, confía a sus discípulos la tarea de anunciar el
Evangelio a todas las naciones y les asegura que no se quedarán solos. Les
enviará un ayudante, el Espíritu Santo. Entonces, en un momento tan
sobrecogedor como misterioso, desaparece de su vista, dejándoles en un
silencio atónito. Mientras los apóstoles miran hacia arriba, intentando
comprender lo que acaban de presenciar, aparecen dos mensajeros celestiales
que rompen suavemente su trance. "Hombres de Galilea", les dicen,
"¿por qué estáis aquí mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido
arrebatado de vosotros al cielo, volverá por el mismo camino por el que le
visteis partir." (cf. Hch 1,6-14). Sus palabras tranquilizan y
desafían a los apóstoles a seguir adelante con la misión que se les ha
encomendado, confiando en el regreso de Cristo.
La Ascensión ha inspirado durante mucho
tiempo a los artistas cristianos desde el siglo V en adelante. Estas obras
suelen representar el acontecimiento en una doble estructura simbólica: el
reino terrenal abajo y el reino celestial arriba. En la esfera divina,
Cristo se eleva glorioso, a menudo rodeado de luz o transportado por
ángeles. En el plano terrenal, los apóstoles miran maravillados hacia
arriba, a veces acompañados por la Virgen María, que permanece serena en el
centro. A menudo hay ángeles que tienden un puente entre los dos ámbitos y
dirigen la mirada hacia el cielo, invitando al espectador a reflexionar
sobre el misterio de la glorificación de Cristo y la promesa de su regreso.
Nuestro cuadro, creado en 1775 por John
Singleton Copley (1738-1815), es un ejemplo sorprendente de la tradicional
composición doble que suele utilizarse en las representaciones de la
Ascensión. Copley, pintor estadounidense conocido por sus meticulosos retratos
y escenas históricas, aporta dramatismo y reverencia a este acontecimiento
bíblico. En la parte superior del lienzo, Cristo aparece suspendido en el
aire, con una postura serena y majestuosa, que evoca tanto la ingravidez
como la divinidad. Le rodea una ráfaga de luz radiante y celestial que se
derrama desde lo alto, el reino divino al que asciende. Abajo, los
apóstoles están reunidos en diversas actitudes de asombro, alabanza y
admiración. Algunos están de pie con los brazos levantados, otros arrodillados
o con los ojos tapados, todos cautivados por el misterio que se despliega
ante ellos. Sus posturas reflejan una mezcla de adoración y asombro humano,
fundamentando el acontecimiento divino en la emoción humana. A la derecha
de la composición se sitúan dos ángeles, notables por su papel no en el
transporte de Jesús hacia lo alto, sino en el servicio a los apóstoles. Su
presencia conecta los reinos terrenal y celestial, haciéndose eco del
relato de Hechos 1, donde dos hombres con vestiduras blancas aseguran a los
discípulos que Jesús regresará como le vieron partir.
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