Libro de los Hechos de los Apóstoles 17,15.22-34.18,1.
Los que acompañaban a Pablo lo condujeron hasta Atenas, y luego volvieron con la orden de que Silas y Timoteo se reunieran con él lo más pronto posible. |
Pablo, de pie, en medio del Aréopago, dijo: Atenienses, veo que ustedes son, desde todo punto de vista, los más religiosos de todos los hombres. |
En efecto, mientras me paseaba mirando los monumentos sagrados que ustedes tienen, encontré entre otras cosas un altar con esta inscripción: 'Al dios desconocido'. Ahora, yo vengo a anunciarles eso que ustedes adoran sin conocer. |
El Dios que ha hecho el mundo y todo lo que hay en él no habita en templos hechos por manos de hombre, porque es el Señor del cielo y de la tierra. |
Tampoco puede ser servido por manos humanas como si tuviera necesidad de algo, ya que él da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. |
El hizo salir de un solo principio a todo el género humano para que habite sobre toda la tierra, y señaló de antemano a cada pueblo sus épocas y sus fronteras, |
para que ellos busquen a Dios, aunque sea a tientas, y puedan encontrarlo. Porque en realidad, él no está lejos de cada uno de nosotros. |
En efecto, en él vivimos, nos movemos y existimos, como muy bien lo dijeron algunos poetas de ustedes: 'Nosotros somos también de su raza'. |
Y si nosotros somos de la raza de Dios, no debemos creer que la divinidad es semejante al oro, la plata o la piedra, trabajados por el arte y el genio del hombre. |
Pero ha llegado el momento en que Dios, pasando por alto el tiempo de la ignorancia, manda a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan. |
Porque él ha establecido un día para juzgar al universo con justicia, por medio de un Hombre que él ha destinado y acreditado delante de todos, haciéndolo resucitar de entre los muertos". |
Al oír las palabras "resurrección de los muertos", unos se burlaban y otros decían: "Otro día te oiremos hablar sobre esto". |
Así fue cómo Pablo se alejó de ellos. |
Sin embargo, algunos lo siguieron y abrazaron la fe. Entre ellos, estaban Dionisio el Areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos otros. |
Después de esto, Pablo dejó Atenas y fue a Corinto. |
Salmo 148(147),1-2.11-12ab.12c-14a.14bcd.
Alaben al Señor desde el cielo, |
alábenlo en las alturas; |
alábenlo, todos sus ángeles, |
alábenlo, todos sus ejércitos. |
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Los reyes de la tierra y todas las naciones, |
los príncipes y los gobernantes de la tierra; |
los ancianos, |
los jóvenes |
y los niños. |
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Alaben el nombre del Señor. |
Porque sólo su Nombre es sublime; |
su majestad está sobre el cielo y la tierra, |
y él exalta la fuerza de su pueblo. |
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¡A él, la alabanza de todos sus fieles, |
y de Israel, el pueblo de sus amigos! |
¡Aleluya! |
Evangelio según San Juan 16,12-15.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: |
"Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. |
Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. |
El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. |
Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: 'Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes'." |
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
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Iluminados por el Espíritu Santo
El Espíritu Santo actúa para el bien y la salvación. Su venida se realiza con mansedumbre y suavidad. Se percibe su presencia con esa suavidad y fragancia, y su yugo es muy ligero. Anuncian su llegada los rayos resplandecientes de luz y de ciencia. Viene con el sentir de un auténtico protector. Viene a salvar, sanar, enseñar, advertir, fortalecer, consolar e iluminar al que lo recibe y luego a todos los demás. |
Del mismo modo que quien estaba en tinieblas anteriormente, al mirar luego al sol recibe la luz en su ojo corporal y distingue lo que antes no veía con claridad, así es aquel que ha sido considerado digno del don del Espíritu Santo. Se ilumina su alma y ve más allá de lo humano, ve ahora lo que ignoraba. Su cuerpo está en tierra, su alma contempla los cielos como en un espejo. Como Isaías, ve “al Señor sentado en un trono excelso y elevado” (Is 6,1). Como Ezequiel, contempla al que “estaba sobre la cabeza de los querubines” (Ez 10,1). Como Daniel, ve a “miles de millares” y “miríadas de miríadas” (Dan 7,10). Aún siendo poco - por ser sólo un hombre - ve el principio y el fin del mundo, discierne el transcurso de los tiempos y sabe la sucesión de los reyes. Sabe que eso no lo ha aprendido, sino que ocurre por la presencia del verdadero dador de luz. Como hombre puede estar encerrado entre paredes, pero la fuerza de su ciencia se extiende lejos, puede ver mismo lo que otros hacen. (…) |
¡Qué el Dios de la paz, los plenifique con todos los bienes espirituales y celestiales, por nuestro Señor Jesucristo y el amor del Espíritu (cf. Rom 15,30). A él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. (EDD) |
Reflexión sobre el cuadro
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El filósofo francés Jean-Paul Sartre
escribió una vez: "El infierno son los demás". Aunque la frase se
cita a menudo, refleja una visión profundamente cínica de las relaciones
humanas. Y, sin embargo, hay momentos en la vida en los que ese sentimiento
puede resultar demasiado familiar, sobre todo tras largos periodos de
dolor, traición o frustración con los demás. En esos momentos, la idea del
aislamiento puede parecer atractiva, incluso redentora: una escapatoria
pacífica de las complicaciones de las relaciones humanas. Podemos empezar a
imaginarnos el cielo como un lugar de serena soledad, sólo yo y mis
pensamientos, lejos del caos de los demás. Pero lo cierto es que incluso
los más introvertidos de entre nosotros anhelan la compañía. No estamos
hechos para el aislamiento. En el fondo, sabemos que sólo somos plenamente
nosotros mismos cuando estamos en relación con los demás. Si reflexionamos
sobre los momentos más felices de nuestras vidas, la mayoría serán momentos
pasados con amigos y familiares. A pesar de vivir en una época de
individualismo exacerbado, algo dentro de nosotros insiste en que no somos
islas.
Y este anhelo de relación refleja algo
aún más verdadero de Dios. En el corazón mismo de la naturaleza de Dios no
está el aislamiento, sino la comunión. Dios no es un ser solitario; es una
Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, unidos en una relación de amor
perfecta y eterna. Esta comunidad divina no es cerrada ni exclusiva, sino
radicalmente abierta. El amor compartido entre el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo se desborda y llega hasta nosotros. El Evangelio de hoy nos
ofrece una hermosa visión de este misterio, cuando Jesús habla íntimamente
de su Padre y de la venida del Espíritu Santo. Revela que el deseo más
profundo de Dios no es la distancia, sino la cercanía, no el desapego, sino
la unión.
Este misterio sagrado está plasmado en
nuestra tabla pintada por Laurent Girardin, creada hacia 1460 en Lyon
(Francia). El cuadro representa a la Santísima Trinidad en una composición
sorprendente: Dios Padre, ataviado con una tiara papal y una capa de terciopelo
carmesí ricamente bordada y adornada con motivos de granadas doradas,
sostiene a Cristo crucificado, su Hijo, con el Espíritu Santo revoloteando
por encima como una paloma. La grandeza de las vestiduras del Padre, unida
al profundo sufrimiento del Hijo, crea una tensión entre majestad y
sacrificio. Los rodean querubines radiantes. Esta obra de arte nos invita
no sólo a contemplar una verdad teológica, sino a asombrarnos ante una
relación divina: una comunión de amor que no nos llama al aislamiento, sino
al corazón mismo de Dios, con el Padre, con el Hijo y el Espíritu Santo.
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by Padre Patrick van der Vorst
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