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martes, 27 de mayo de 2025

Evangelio del día - Fiesta de San Agustín de Canterbury, Obispo

Libro de los Hechos de los Apóstoles 16,22-34.

La multitud se amotinó en contra de ellos, y los magistrados les hicieron arrancar la ropa y ordenaron que los azotaran.
Después de haberlos golpeado despiadadamente, los encerraron en la prisión, ordenando al carcelero que los vigilara con mucho cuidado.
Habiendo recibido esta orden, el carcelero los encerró en una celda interior y les sujetó los pies en el cepo.
Cerca de la medianoche, Pablo y Silas oraban y cantaban las alabanzas de Dios, mientras los otros prisioneros los escuchaban.
De pronto, la tierra comenzó a temblar tan violentamente que se conmovieron los cimientos de la cárcel, y en un instante, todas las puertas se abrieron y las cadenas de los prisioneros se soltaron.
El carcelero se despertó sobresaltado y, al ver abiertas las puertas de la prisión, desenvainó su espada con la intención de matarse, creyendo que los prisioneros se habían escapado.
Pero Pablo le gritó: "No te hagas ningún mal, estamos todos aquí".
El carcelero pidió unas antorchas, entró precipitadamente en la celda y, temblando, se echó a los pies de Pablo y de Silas.
Luego los hizo salir y les preguntó: "Señores, ¿qué debo hacer para alcanzar la salvación?".
Ellos le respondieron: "Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y toda tu familia".
En seguida le anunciaron la Palabra del Señor, a él y a todos los de su casa.
A esa misma hora de la noche, el carcelero los atendió y curó sus llagas. Inmediatamente después, fue bautizado junto con toda su familia.
Luego los hizo subir a su casa y preparó la mesa para festejar con los suyos la alegría de haber creído en Dios.


Salmo 138(137),1-2a.2bc-3.7c-8.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
te cantaré en presencia de los ángeles.
Me postraré ante tu santo Templo.

y daré gracias a tu Nombre
por tu amor y tu fidelidad.
Me respondiste cada vez que te invoqué
y aumentaste la fuerza de mi alma.

y tu derecha me salva.
El Señor lo hará todo por mí.
Tu amor es eterno, Señor,
¡no abandones la obra de tus manos!


Evangelio según San Juan 16,5-11.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
"Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: '¿A dónde vas?'.
Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido.
Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré.
Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio.
El pecado está en no haber creído en mí.
La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán.
Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado."


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

Bulle

Catecismo de la Iglesia Católica
Catecismo de la Iglesia, 728-729 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana)


Cuando Jesús vuelva

Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta que él mismo no ha sido glorificado por su Muerte y su Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco (…). A sus discípulos les habla de él abiertamente a propósito de la oración (cf. Lc 11, 13) y del testimonio que tendrán que dar (cf. Mt 10, 19-20).
Solamente cuando ha llegado la hora en que va a ser glorificado Jesús promete la venida del Espíritu Santo, ya que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de la Promesa hecha a los Padres: El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo enviará de junto al Padre porque él ha salido del Padre. El Espíritu Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con nosotros para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo enseñará todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha dicho y dará testimonio de Él; nos conducirá a la verdad completa y glorificará a Cristo. En cuanto al mundo, lo acusará en materia de pecado, de justicia y de juicio. (EDD)

Reflexión sobre el grabado

Hoy celebramos a San Agustín de Canterbury, a menudo llamado el "Apóstol de los ingleses". Fue un monje cristiano de Roma que desempeñó un papel vital en la introducción del cristianismo en la Inglaterra altomedieval. Nacido a principios del siglo VI, Agustín era prior de un monasterio de Roma cuando el Papa Gregorio Magno lo eligió en 595 para dirigir una misión de conversión de los anglosajones. Su misión se centró en el reino de Kent, gobernado por el rey Æthelberht, cuyo matrimonio con la princesa cristiana franca Bertha ofrecía la esperanza de un público receptivo. A pesar de las dudas y vacilaciones iniciales, Agustín y sus compañeros siguieron adelante y llegaron a la isla de Thanet en 597, dirigiéndose a Canterbury, el principal asentamiento de Æthelberht.

El rey Æthelberht acogió a los misioneros y acabó convirtiéndose al cristianismo, permitiendo a Agustín y a sus seguidores predicar libremente y concediéndoles tierras para establecer un monasterio a las afueras de las murallas de Canterbury. Ese mismo año, Agustín fue nombrado obispo, y el día de Navidad el rey fue bautizado, seguido de miles de bautizados poco después. La misión cobró impulso y, en 601, el Papa Gregorio envió refuerzos, junto con cartas de aliento y regalos. Los esfuerzos de Agustín condujeron a la fundación de obispados en Londres y Rochester en 604, y se creó una escuela para formar al clero local. Aunque sus intentos de someter a los obispos británicos a la autoridad romana no tuvieron éxito en un principio, Agustín sentó las bases de la Iglesia cristiana en Inglaterra. Murió probablemente el 26 de mayo de 604 y pronto fue honrado como santo, recordado por su valentía, liderazgo y el legado perdurable de su misión.

Nuestro grabado victoriano representa el momento del bautismo del rey en la Navidad de 597. Este acontecimiento sentó las bases para la expansión del cristianismo por todos los reinos anglosajones y estableció firmemente Canterbury como centro de la primitiva Iglesia inglesa. Nuestro grabado se basa en una pintura de William Dyce R.A. (1806-1864) en la Cámara de los Lores. Vemos al rey en un gran acto de humildad, despojado de sus vestiduras arrodillado ante San Agustín y la pila bautismal. Los espectadores del fondo no contemplan el acontecimiento, sino que discuten si ellos también deben bautizarse. Todo es obra del Espíritu Santo que Cristo ha enviado para que acompañe a los apóstoles, a los misioneros y a todo bautizado.

by Padre Patrick van der Vorst


















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