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martes, 20 de mayo de 2025

Evangelio del día


 

Libro de los Hechos de los Apóstoles 14,19-28.

Vinieron de Antioquía y de Iconio algunos judíos que lograron convencer a la multitud. Entonces apedrearon a Pablo y, creyéndolo muerto, lo arrastraron fuera de la ciudad.
Pero él se levantó y, rodeado de sus discípulos, regresó a la ciudad. Al día siguiente, partió con Bernabé rumbo a Derbe.
Después de haber evangelizado esta ciudad y haber hecho numerosos discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía de Pisidia.
Confortaron a sus discípulos y los exhortaron a perseverar en la fe, recordándoles que es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.
En cada comunidad establecieron presbíteros, y con oración y ayuno, los encomendaron al Señor en el que habían creído.
Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia.
Luego anunciaron la Palabra en Perge y descendieron a Atalía.
Allí se embarcaron para Antioquía, donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para realizar la misión que acababan de cumplir.
A su llegada, convocaron a los miembros de la Iglesia y les contaron todo lo que Dios había hecho con ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los paganos.
Después permanecieron largo tiempo con los discípulos.


Salmo 145(144),10-11.12-13ab.21.

Que todas tus obras te den gracias, Señor,
y tus fieles te bendigan;
que anuncien la gloria de tu reino
y proclamen tu poder.

Así manifestarán a los hombres tu fuerza
y el glorioso esplendor de tu reino:
tu reino es un reino eterno,
y tu dominio permanece para siempre.

Mi boca proclamará la alabanza del Señor:
que todos los vivientes bendigan su santo Nombre,
desde ahora y para siempre.


Evangelio según San Juan 14,27-31a.

Jesús dijo a sus discípulos:
«Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡ No se inquieten ni teman !
Me han oído decir: 'Me voy y volveré a ustedes'. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo.
Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.
Ya no hablaré mucho más con ustedes, porque está por llegar el Príncipe de este mundo: él nada puede hacer contra mí,
pero es necesario que el mundo sepa que yo amo al Padre y obro como él me ha ordenado.»


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

Bulle

San León Magno (¿-c. 461)
papa y doctor de la Iglesia
Sermones para Navidad, 6 (Lectures chrétiennes pour notre temps, Abbaye d'Orval, 1970), trad. sc©evangelizo.org


¡Qué el Espíritu de paz nos conduzca!

He aquí el bien al que el Apóstol nos invita “Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom 5.1). Esta breve máxima resume la puesta en obra de casi todos los mandamientos, ya que dónde se encuentra la verdadera paz no puede faltar ninguna virtud.
¿Qué quiere decir queridos hermanos, estar en paz con Dios, sino querer lo que él ordena y no desear lo que prohíbe? Las amistades humanas exigen afinidad de sentimientos y armonía de voluntades y las actitudes opuestas no pueden nunca conducir a un entendimiento. Entonces, el que se complace en lo que no agrada a Dios y encuentra sus delicias en lo que lo ofenden, no puede tener parte en la paz de Dios. No es ese el espíritu de hijos de Dios y esas actitudes no se acuerdan con la nobleza de su adopción. La raza elegida y real (cf. 1 Pe2,9) debe responder a la dignidad de su nuevo nacimiento, amar lo que ama el Padre y no estar jamás en desacuerdo con su Creador. (…)
El nacimiento del Señor es el nacimiento de la paz. El Apóstol dijo “Porque Cristo es nuestra paz; él ha unido a los dos pueblos en uno solo” (Ef 2,14). Judíos o gentiles, “por medio de Cristo, todos sin distinción tenemos acceso al Padre, en un mismo Espíritu” (Ef 2,18). ¡Qué el Espíritu de paz nos lleve y conduzca a la unidad de pensamientos y de voluntad, en la concordia de la fe, esperanza y caridad, ya que “todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (Rm 8,14). (EDD)

Reflexión sobre el cuadro

La Alegoría de la paz de Jan Lievens, terminada en 1652, celebra el Tratado de Münster (1648), que puso fin al largo y amargo conflicto entre España y los Países Bajos. Este lienzo monumental (217 x 211 cm) está cargado de simbolismo. En el centro, Pax, la diosa romana de la paz, serena y digna, sostiene una rama de olivo, símbolo intemporal de la reconciliación. Está coronada con una corona de laurel por Minerva, diosa de la sabiduría, que aparece vestida con armadura, lo que significa que la verdadera paz no es simplemente la ausencia de guerra, sino el triunfo de la sabiduría sobre el conflicto. Bajo los pies de Pax yace Marte, dios de la guerra, derrotado y encadenado, con su espada arrojada a un lado como clara declaración de que la violencia ha sido sometida.

Las figuras de alrededor contribuyen al tono festivo del cuadro. Por un lado, las mujeres llevan cestas de fruta, símbolo de la abundancia y la prosperidad, posibles ahora que la guerra ha terminado. Unos juguetones putti bailan, ponen cadenas a Marte y tocan tambores para proclamar la victoria. Al otro lado, más putti y mujeres esparcen flores, reforzando los temas de la fertilidad, la renovación y la armonía. Lievens entrelaza con maestría la mitología clásica y el sentimiento político contemporáneo, creando una poderosa alegoría que refleja el alivio y la esperanza que sentía toda la República Holandesa tras décadas de guerra. El cuadro no es una mera conmemoración de un tratado, sino un manifiesto visual que declara que la sabiduría y la paz deben dominar para siempre sobre las fuerzas destructivas de la guerra.

En la lectura del Evangelio de hoy, Cristo habla de una paz muy distinta, una paz que trasciende todo lo que este mundo puede ofrecer. La paz os dejo, mi paz os doy. Una paz que el mundo no puede dar, éste es mi regalo para vosotros, dice Jesús. La paz que Él promete no es simplemente la ausencia de conflicto, como la noción terrenal de paz representada en la parte inferior izquierda de nuestro cuadro, donde la violencia ha cesado. Para Jesús, la paz es mucho más que el fin de la hostilidad; es un don profundo y duradero que toca el núcleo mismo de nuestro ser. Su paz no es externa o temporal, dependiente de circunstancias cambiantes; es eterna e interna. Es una serenidad arraigada que brota de la unión con Dios.

by Padre Patrick van der Vorst

Oración

Al amanecer de la esperanza, vengo a pedirte, Señor,
la paz que restaura los corazones afligidos.
Deseo la paz, que cura las heridas
y tranquiliza las emociones agitadas
de las palabras dichas.

Cúbreme con el manto de la serenidad,
ilumíname con la luz de la bondad
y calma mis tempestades interiores.

Enséñame, Señor,
la lección de las flores que, silenciosamente,
afloran difundiendo la belleza de la vida
y el perfume suave de la delicadeza
sin pedir nada a cambio.

Que mi vida irradie la paz de las mañanas
y el cálido final de las tardes serenas.
Que mi silencio no sea solo la ausencia de palabras,
sino una ofrenda de amor a ti.

¡Habla, Señor, a través de mis ojos!
Que estos puedan ver más allá de las apariencias,
y que mis pensamientos de condena
se conviertan en plegaria por la conversión
de aquellos que en lugar de robarme la paz,
se robaron así mismos el don del amor.

Que los vientos contrarios de la maldad ajena,
no ofusquen la belleza de la caridad;
que las espinas del juicio,
sean maestras para aquellos que aún necesitan
aprender la gracias de dejarse florecer con bondad.

En tus manos pongo mi esperanza
de ser para todos lo que Tú eres para mí:
fuente inagotable de misericordia
en la cual, ahora, limpio con tu amor
mi alma afligida y cansada.

Amén.

Por P. Flávio Sobreiro, Canção Nova 











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