Invitamos a los matrimonios y a personas interesadas en una familia feliz, a leer y asimilar pasajes de la Exhortación pontifical 'Amoris laetitia' del Papa Francisco.
Amor
apasionado
142. El Concilio Vaticano II enseña que este amor conyugal
«abarca el bien de toda la persona, y, por tanto, puede enriquecer con una
dignidad peculiar las expresiones del cuerpo y del espíritu, y ennoblecerlas
como signos especiales de la amistad conyugal»[138]. Por algo será que un amor sin placer ni
pasión no es suficiente para simbolizar la unión del corazón humano con Dios:
«Todos los místicos han afirmado que el amor sobrenatural y el amor celeste
encuentran los símbolos que buscan en el amor matrimonial, más que en la
amistad, más que en el sentimiento filial o en la dedicación a una causa. Y el
motivo está justamente en su totalidad»[139]. ¿Por qué entonces no detenernos a hablar de
los sentimientos y de la sexualidad en el matrimonio?
143. Deseos, sentimientos, emociones, eso que los clásicos
llamaban «pasiones», tienen un lugar importante en el matrimonio. Se producen
cuando «otro» se hace presente y se manifiesta en la propia vida. Es propio de
todo ser viviente tender hacia otra cosa, y esta tendencia tiene siempre
señales afectivas básicas: el placer o el dolor, la alegría o la pena, la
ternura o el temor. Son el presupuesto de la actividad psicológica más
elemental. El ser humano es un viviente de esta tierra, y todo lo que hace y
busca está cargado de pasiones.
144. Jesús, como verdadero hombre, vivía las cosas con una
carga de emotividad. Por eso le dolía el rechazo de Jerusalén (cf. Mt 23,37),
y esta situación le arrancaba lágrimas (cf. Lc 19,41). También
se compadecía ante el sufrimiento de la gente (cf. Mc 6,34).
Viendo llorar a los demás, se conmovía y se turbaba (cf. Jn 11,33),
y él mismo lloraba la muerte de un amigo (cf. Jn 11,35). Estas
manifestaciones de su sensibilidad mostraban hasta qué punto su corazón humano
estaba abierto a los demás.
145. Experimentar una emoción no es algo moralmente bueno ni
malo en sí mismo[140]. Comenzar a sentir deseo o rechazo no es
pecaminoso ni reprochable. Lo que es bueno o malo es el acto que uno realice movido
o acompañado por una pasión. Pero si los sentimientos son promovidos, buscados
y, a causa de ellos, cometemos malas acciones, el mal está en la decisión de
alimentarlos y en los actos malos que se sigan. En la misma línea, sentir gusto
por alguien no significa de por sí que sea un bien. Si con ese gusto yo busco
que esa persona se convierta en mi esclava, el sentimiento estará al servicio
de mi egoísmo. Creer que somos buenos sólo porque «sentimos cosas» es un
tremendo engaño. Hay personas que se sienten capaces de un gran amor sólo
porque tienen una gran necesidad de afecto, pero no saben luchar por la
felicidad de los demás y viven encerrados en sus propios deseos. En ese caso,
los sentimientos distraen de los grandes valores y ocultan un egocentrismo que
no hace posible cultivar una vida sana y feliz en familia.
146. Por otra parte, si una pasión acompaña al acto libre,
puede manifestar la profundidad de esa opción. El amor matrimonial lleva a
procurar que toda la vida emotiva se convierta en un bien para la familia y
esté al servicio de la vida en común. La madurez llega a una familia cuando la
vida emotiva de sus miembros se transforma en una sensibilidad que no domina ni
oscurece las grandes opciones y los valores sino que sigue a su
libertad[141], brota de ella, la enriquece, la embellece y
la hace más armoniosa para bien de todos.
De la Exhortación ‘Sobre el Amor en la Familia’ (Capítulo IV: Vocación de
la Familia)
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