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jueves, 13 de noviembre de 2025

León XIV desvela sus cuatro películas favoritas: hablan de empatía, bondad, alegría y redención

 

Una escena de 'La vida es bella', de Roberto Benigni, una de las películas favoritas del Papa.

Una escena de 'La vida es bella', de Roberto Benigni, una de las películas favoritas del Papa.

El Vaticano ha revelado cuáles son las películas favoritas del Papa. ¿Cuáles y por qué? Lo cuenta Antonio Spadaro en Avvenire:

Una audiencia singular

El sábado 15 de noviembre a las once horas, en el Palacio Apostólico, León XIV recibirá en audiencia al mundo del cine. En el año del Jubileo, el Papa ha expresado su deseo de profundizar el diálogo con este mundo y, en particular, con actores y directores, explorando las posibilidades que la creatividad artística ofrece a la misión de la Iglesia y a la promoción de los valores humanos. 

El encuentro está promovido por el Dicasterio para la Cultura y la Educación en colaboración con el Dicasterio para la Comunicación y los Museos Vaticanos, en la estela de los encuentros dedicados a las artes figurativas y al humor, y en continuidad con el Jubileo de los artistas y del mundo de la cultura, celebrado el pasado mes de febrero. 

Entre los artistas que serán recibidos en audiencia estarán, entre otros, Marco BellocchioMonica BellucciRaoul BovaSergio CastellittoLiliana CavaniMaria Grazia CucinottaCristian De SicaMatteo GarroneFerzan OzpetekStefania Sandrelli y Pupi Avati.

Las cuatro de Francisco, las cuatro de León

León XIV no dudó en responder a la pregunta sobre cuáles son sus cuatro películas favoritas

Su predecesor, Francisco, tampoco había ocultado nunca cuáles eran sus películas favoritas: La strada, de FelliniEl festín de Babette, de AxelRapsodia en agosto, de KurosawaRoma, ciudad abierta, de Rossellini. Y el hecho de que los Papas hagan una lista de sus películas favoritas no es irrelevante. 

El Pontífice comunica los suyos en un brevísimo vídeo, tejiendo un hilo invisible que une Qué bello es vivir (1946), Sonrisas y lágrimas (1965), Gente corriente (1980) y La vida es bella (1997). Un hilo que atraviesa medio siglo de cine occidental y une la comedia navideña de Frank Capra, el musical perfecto de Robert Wise, el drama introspectivo de Robert Redford y el cuento trágico de Roberto Benigni.

El efecto ético de la empatía

Cuando George Bailey (James Stewart) se asoma al puente, decidido a tirarse al río, Qué bello es vivir parece acercarse a la oscuridad más profunda del sueño americano. Capra, director italoamericano que ya había narrado la América del New Deal con optimismo cívico, pone aquí en escena la crisis moral del individuo frente a un mundo dominado por el dinero

La película es de 1946, pero parece hablar ya de la América de la posguerra, donde el bienestar económico amenaza con asfixiar a la solidaridad. El ángel Clarence salva a George mostrándole cómo es el mundo sin él. Es un gesto de imaginación: la humanidad se revela en la posibilidad de su aniquilación. 

Capra hace cine teológico con discreción. El ángel sirve para revelar el entramado invisible que mantiene unidos a los seres humanos. Qué bello es vivir es una película sobre el efecto ético de la empatía. Su mensaje -"ningún hombre es un fracasado si tiene amigos"- sigue siendo una de las frases más radicales jamás pronunciadas en una película estadounidense, de las que más importan según León XIV. 

La alegría como acto político

Veinte años después, Sonrisas y lágrimas (The Sound of Music) parece, a primera vista, una evasión total. Pero bajo la dulce superficie del musical, Robert Wise pone en escena una resistencia civil y espiritual. María (Julie Andrews) no es una simple institutriz que canta en la montaña: es un personaje que elige la alegría como acto político.

Ambientada en la Austria que se somete al Anschluss, la película contrapone el canto a la marcha, la música a la disciplina. Los números musicales no son decorativos: son gestos de libertad colectiva, instrumentos de una educación sentimental que devuelve la humanidad a quienes la han perdido. 

En la escena final, la familia Von Trapp cruza las montañas huyendo del nazismo, una imagen que, por contraste, evoca el regreso a la vida de George Bailey. Wise, al igual que Capra, cree en el poder moral de la amabilidad, pero la transforma en canto. Su estética es la de la gracia: la bondad no como un deber, sino como una armonía que desarma la violencia. En una época de Guerra Fría y consumo masivo, Sonrisas y lágrimas ofrece una nostalgia consciente de un mundo en el que cantar juntos aún podía cambiar algo.

La redención por el dolor

Con Gente corriente (Ordinary People), Robert Redford invierte la perspectiva: la bondad ya no basta. Estamos en la América de 1980, la del desencanto post-Vietnam y el psicoanálisis doméstico. La familia Jarrett, acomodada y respetable, queda destrozada por la muerte del hijo mayor y el sentimiento de culpa del superviviente

Redford dirige con un rigor casi bergmaniano. La suya es una película sobre la fragilidad del amor en un mundo que ya no sabe perdonarse. Si Capra celebraba la comunidad y Wise la coralidad, Redford filma el silencio entre los personajes: el vacío como nuevo lenguaje. La madre (Mary Tyler Moore) no puede llorar, el padre (Donald Sutherland) no puede entender, el hijo (Timothy Hutton) no puede vivir. La "gente corriente" del título es la antítesis de la "vida maravillosa" de Capra: el sueño americano se ha cerrado sobre sí mismo. 

Sin embargo, precisamente en su dureza, Redford no renuncia a una tenue posibilidad de redención. Ya no es un milagro, sino un acto de palabra: cuando el padre finalmente abraza al hijo, se rompe el silencio. El amor, si aún existe, es un gesto de verdad.

Una bondad subversiva

La vida es bella (1997) es el regreso de la bondad en el siglo del mal. Benigni se atreve con lo impensable: contar el Holocausto como un cuento. Pero no para negar el dolor, sino para salvar su dimensión humana. 

Guido Orefice, un judío toscano deportado junto con su hijo, inventa un juego para ocultar el horror. La ironía se convierte en el último bastión del amor paterno. La película fue acusada por algunos de sentimentalismo. Pero su fuerza reside precisamente en la paradoja: Benigni une payaso y mártir, inocente y testigo

Al igual que Capra y Wise, cree en la bondad como fuerza subversiva; al igual que Redford, sabe que la bondad por sí sola no salva. Lo que salva es la capacidad de dar sentido al dolor, de transformarlo en lenguaje compartido. La vida es bella es, en el fondo, una película sobre la creación artística como gesto de supervivencia: la imaginación es la única forma de seguir siendo humanos en un sistema que deshumaniza.

Tetralogía de la gracia

Estas cuatro películas amadas por León XIV, diferentes en tono, época y estilo, componen una especie de tetralogía de la gracia. En cada una de ellas, la bondad aparece frágil, ridícula, casi anacrónica. Sin embargo, precisamente por eso, es revolucionaria. George Bailey, Maria von Trapp, Conrad Jarrett y Guido Orefice son la expresión de lo que Francisco ha llamado "la clase media de la santidad": personas corrientes que, contra toda evidencia, eligen seguir creyendo en la posibilidad del bien

El cine, en estos casos, se convierte en una forma de resistencia espiritual

Capra lo hace a través de la comunidad, Wise a través de la música, Redford a través de la vulnerabilidad, Benigni a través de la fantasía. Sin embargo, todos hablan del mismo milagro: el de quienes, a pesar de saber que el mundo es injusto, deciden seguir siendo buenos. 

León XIV reconoce en estas películas una lección que hoy, en la era del cinismo sistémico y de la ironía como defensa, suena casi subversiva. Conviene volver a verlas, una tras otra, tal vez para redescubrir junto a George Bailey, en su viaje nocturno, que en estos tiempos de apocalipsis anunciados, la vida es maravillosa: no porque esté libre de dolor, sino porque, a pesar de todo, algunos deciden seguir siendo humanos.

ReL

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