LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
___________________________________
Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo,
nuestra esperanza. IV. La resurrección de Cristo y los desafíos del
mundo actual. 4. La espiritualidad pascual inspira la fraternidad. «Ámense
los unos a los otros como yo los he amado» (cf. Jn 15,12)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y
bienvenidos!
Creer en la muerte y resurrección de Cristo y vivir la
espiritualidad pascual infunde esperanza en la vida y anima a invertir en el
bien. En particular, nos ayuda a amar y a alimentar la fraternidad, que es sin
duda uno de los grandes desafíos para la humanidad contemporánea, como vio
claramente el Papa
Francisco.
La fraternidad nace de un dato profundamente humano.
Somos capaces de relacionarnos y si queremos, sabemos construir vínculos
auténticos entre nosotros. Sin relaciones, que nos sostienen y que nos
enriquecen desde el inicio de nuestra vida, no podremos sobrevivir, crecer,
aprender. Estas son múltiples, diferentes en cuanto a modalidad y profundidad.
Pero es cierto que nuestra humanidad se realiza mejor cuando estamos y vivimos
juntos, cuando somos capaces de experimentar vínculos auténticos, no formales,
con las personas que tenemos al lado. Si nos encerramos en nosotros mismos,
corremos el riesgo de enfermarnos de soledad e incluso de un narcisismo que se
preocupa solo de los demás por interés. El otro se reduce, entonces, a alguien
de quien tomar, sin que estemos nunca dispuestos verdaderamente a dar, a
entregarnos.
Sabemos bien que tampoco hoy la fraternidad no es algo
ni inmediato ni que se pueda dar por descontado. Es más, muchos conflictos,
tantas guerras esparcidas por el mundo, tensiones sociales y sentimientos de
odio parecerían demostrar lo contrario. Sin embargo, la fraternidad no es un
hermoso sueño imposible, no es un deseo de unos pocos ilusos. Pero para superar
las sombras que la amenazan hay que ir a las fuentes y, sobre todo, obtener luz
y fuerza de Aquel que solo nos libra del veneno de la enemistad.
La palabra “hermano” deriva de una raíz muy antigua,
que significa cuidar, preocuparse, apoyar y sustentar. Aplicada a cada persona
humana se convierte en un llamamiento, una invitación. A menudo pensamos que el
papel de hermano, de hermana, se refiera al parentesco, al hecho de ser
consanguíneos, de pertenecer a la misma familia. En realidad, sabemos bien que
los desacuerdos, las fracturas y a veces el odio pueden devastar también las
relaciones entre parientes, no solo entre extraños.
Esto demuestra la necesidad, hoy más urgente que
nunca, de volver a considerar el saludo con el que San Francisco de Asís se
dirigía a todas y a todos, independientemente de su procedencia geográfica y
cultural, religiosa o doctrinal: omnes fratres era el modo
inclusivo con el que San Francisco ponía en el mismo plano a todos los seres
humanos, precisamente porque les reconocía en el destino común de dignidad, de
diálogo, de acogida y de salvación. El Papa Francisco retomó
este enfoque del Poverello de Asís, dando valor a su
actualidad después de 800 años, en la Encíclica Fratelli
tutti.
Ese “tutti” (todos) que para San Francisco significaba
la señal acogedora de una fraternidad universal expresa un rasgo esencial del
cristianismo, que desde el inicio fue el anuncio de la Buena Noticia destinada
a la salvación de todos, nunca de forma exclusiva o privada. Esta fraternidad
se basa en el mandamiento de Jesús, que es de nuevo, en cuanto realizado por Él
mismo, cumplimiento sobreabundante de la voluntad del Padre: gracias a Él, que
nos amó y se entregó por nosotros, nosotros podemos, a su vez, amarnos y dar la
vida por los demás, como hijos del único Padre y verdaderos hermanos en
Jesucristo.
Jesús nos amó hasta el final, dice el Evangelio de
Juan (cfr 13,1). Cuando se acerca la pasión, el Maestro sabe bien que su tiempo
histórico está a punto de concluirse. Teme lo que está a punto de suceder,
experimenta el suplicio más terrible y el abandono. Su Resurrección, al tercer
día, es el inicio de una historia nueva. Y los discípulos se convierten
plenamente en hermanos, después de tanto tiempo de vida en común, no solo
cuando viven el dolor de la muerte de Jesús, sino, sobre todo, cuando lo reconocen
como el Resucitado, reciben el don del Espíritu y se convierten en testigos.
Los hermanos y las hermanas que se apoyan mutuamente
en las pruebas no dan la espalda a quienes están necesitados: lloran y se
alegran juntos en la perspectiva laboriosa de la unidad, de la confianza, de la
entrega mutua. La dinámica es la que el mismo Jesús nos entrega: “Amaos los
unos a los otros como yo os he amado” (cfr Jn 15,12). La
fraternidad que nos brindó Cristo muerto y resucitado nos libra de las lógicas
negativas de los egoísmos, de las divisiones, de las prepotencias, y nos
devuelve a nuestra vocación original, en el nombre de un amor y de una
esperanza que se renuevan cada día. El Resucitado nos indicó el camino a
recorrer junto a Él, para sentirnos y para ser “fratelli tutti” (hermanos
todos).
________________________
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua
española. Pidamos al Señor resucitado que nos conceda el don de la fraternidad
y nos llene de su Espíritu Santo, para ser testigos generosos de su amor ante
todos los hombres, liberándonos de la autosuficiencia, las divisiones y las
prepotencias. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
________________________
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Creer en la muerte y resurrección del Señor y vivir la
espiritualidad pascual comunica esperanza a la vida y nos ayuda a amar y
alimentar la fraternidad, que nace de una realidad de nuestro ser humanos: necesitamos
relacionarnos con los demás para sobrevivir, crecer y aprender. No somos islas,
necesitamos vínculos auténticos para protegernos de la soledad y el egoísmo.
En nuestro mundo de hoy, lleno de guerras y violencia,
hay crisis de fraternidad. El Papa Francisco, en
la Encíclica Fratelli
tutti, propone de nuevo el mensaje de san Francisco de
Asís, que nos recuerda cómo todos ―como hijos de un mismo Dios― estamos
llamados a vivir una fraternidad universal que, basándose en el mandamiento del
amor, manifiesta también un rasgo esencial del cristianismo. Gracias a Jesús,
que nos amó y dio su vida por nosotros, podemos amarnos mutuamente, como hijos
del Padre y verdaderos hermanos en Cristo.
(vatican.va)
No hay comentarios:
Publicar un comentario