Invitamos a los matrimonios y a personas interesadas en una familia feliz, a leer y asimilar pasajes de la Exhortación pontifical 'Amoris laetitia' del Papa Francisco.
Violencia y manipulación
153. Dentro del contexto de esta visión positiva de la
sexualidad, es oportuno plantear el tema en su integridad y con un sano
realismo. Porque no podemos ignorar que muchas veces la sexualidad se
despersonaliza y también se llena de patologías, de tal modo que «pasa a ser
cada vez más ocasión e instrumento de afirmación del propio yo y de
satisfacción egoísta de los propios deseos e instintos»[155]. En esta época se vuelve muy riesgoso que la
sexualidad también sea poseída por el espíritu venenoso del «usa y tira». El
cuerpo del otro es con frecuencia manipulado, como una cosa que se retiene
mientras brinda satisfacción y se desprecia cuando pierde atractivo. ¿Acaso se
pueden ignorar o disimular las constantes formas de dominio, prepotencia,
abuso, perversión y violencia sexual, que son producto de una desviación del
significado de la sexualidad y que sepultan la dignidad de los demás y el
llamado al amor debajo de una oscura búsqueda de sí mismo?
154. No está de más recordar que, aun dentro del matrimonio,
la sexualidad puede convertirse en fuente de sufrimiento y de manipulación. Por
eso tenemos que reafirmar con claridad que «un acto conyugal impuesto al
cónyuge sin considerar su situación actual y sus legítimos deseos, no es un
verdadero acto de amor; y prescinde por tanto de una exigencia del recto orden
moral en las relaciones entre los esposos»[156]. Los actos propios de la unión sexual de los
cónyuges responden a la naturaleza de la sexualidad querida por Dios si son
vividos «de modo verdaderamente humano»[157]. Por eso, san Pablo exhortaba: «Que nadie
falte a su hermano ni se aproveche de él» (1 Ts 4,6). Si bien él
escribía en una época en que dominaba una cultura patriarcal, donde la mujer se
consideraba un ser completamente subordinado al varón, sin embargo enseñó que
la sexualidad debe ser una cuestión de conversación entre los cónyuges: planteó
la posibilidad de postergar las relaciones sexuales por un tiempo, pero «de
común acuerdo» (1 Co 7,5).
155. San Juan Pablo II hizo una advertencia muy sutil cuando
dijo que el hombre y la mujer están «amenazados por la insaciabilidad»[158]. Es decir, están llamados a una unión cada
vez más intensa, pero el riesgo está en pretender borrar las diferencias y esa
distancia inevitable que hay entre los dos. Porque cada uno posee una dignidad
propia e intransferible. Cuando la preciosa pertenencia recíproca se convierte
en un dominio, «cambia esencialmente la estructura de comunión en la relación
interpersonal»[159]. En la lógica del dominio, el dominador
también termina negando su propia dignidad[160], y en definitiva deja «de identificarse
subjetivamente con el propio cuerpo»[161], ya que le quita todo significado. Vive el
sexo como evasión de sí mismo y como renuncia a la belleza de la unión.
156. Es importante ser claros en el rechazo de toda forma de
sometimiento sexual. Por ello conviene evitar toda interpretación inadecuada
del texto de la carta a los Efesios donde se pide que «las mujeres estén
sujetas a sus maridos» (Ef 5,22). San Pablo se expresa aquí en
categorías culturales propias de aquella época, pero nosotros no debemos asumir
ese ropaje cultural, sino el mensaje revelado que subyace en el conjunto de la
perícopa. Retomemos la sabia explicación de san Juan Pablo II: «El amor excluye
todo género de sumisión, en virtud de la cual la mujer se convertiría en sierva
o esclava del marido [...] La comunidad o unidad que deben formar por el
matrimonio se realiza a través de una recíproca donación, que es también una
mutua sumisión»[162]. Por eso se dice también que «los maridos
deben amar a sus mujeres como a sus propios cuerpos» (Ef 5,28). En
realidad el texto bíblico invita a superar el cómodo individualismo para vivir
referidos a los demás, «sujetos los unos a los otros» (Ef 5,21). En
el matrimonio, esta recíproca «sumisión» adquiere un significado especial, y se
entiende como una pertenencia mutua libremente elegida, con un conjunto de
notas de fidelidad, respeto y cuidado. La sexualidad está de modo inseparable
al servicio de esa amistad conyugal, porque se orienta a procurar que el otro viva
en plenitud.
157. Sin embargo, el rechazo de las desviaciones de la
sexualidad y del erotismo nunca debería llevarnos a su desprecio ni a su
descuido. El ideal del matrimonio no puede configurarse sólo como una donación
generosa y sacrificada, donde cada uno renuncia a toda necesidad personal y
sólo se preocupa por hacer el bien al otro sin satisfacción alguna. Recordemos
que un verdadero amor sabe también recibir del otro, es capaz de aceptarse
vulnerable y necesitado, no renuncia a acoger con sincera y feliz gratitud las
expresiones corpóreas del amor en la caricia, el abrazo, el beso y la unión
sexual. Benedicto XVI era claro al respecto: «Si el hombre pretendiera ser sólo
espíritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia meramente animal,
espíritu y cuerpo perderían su dignidad»[163]. Por esta razón, «el hombre tampoco puede
vivir exclusivamente del amor oblativo, descendente. No puede dar únicamente y
siempre, también debe recibir. Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo
como don»[164]. Esto supone, de todos modos, recordar que
el equilibrio humano es frágil, que siempre permanece algo que se resiste a ser
humanizado y que en cualquier momento puede desbocarse de nuevo, recuperando
sus tendencias más primitivas y egoístas.
De la Exhortación ‘Sobre el Amor en la Familia’ (Capítulo IV: Vocación de
la Familia)
Vea también Sagrado Corazón Remedio de los males de la sociedad
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